Los chicos de Housemarque han conseguido con Outland levantar el interés de la comunidad de aficionados a los arcades de scroll con un título de enorme carisma. El concepto es tremendamente sencillo, sin embargo con una jugabilidad de acción y aventuras de la vieja escuela han logrado consolidar un título memorable y, lo que es mejor: Especial.
Outland tiene magia, y la tiene desde el mismo instante en el que arranca hasta el preciso momento en el que concluye. Una sorpresa tremendamente agradable tanto por su cuidadísima dirección artística como por unas mecánicas jugables muy sencillas, sí, pero también muy efectivas. Agilidad, combate e incluso puzles de perfil sencillo para un título formidable.
Universos Infinitos
En el juego se nos cuenta la historia de un hombre perdido, perseguido por sueños en un mundo antiguo. De hecho la aventura comenzará hace 30.000 años con la búsqueda de un vidente que nos contará la verdad sobre las misteriosas y místicas visiones de las que somos constante víctima. Toda la narrativa de Outland, contada de forma efectiva y, sobre todo, muy elegante; pivota alrededor de un sentido espiritual muy del estilo de las Mil y Una Noches, o más concretamente en el mundo de los videojuegos: Reminiscente de Prince of Persia.
Tras una introducción de apenas poco más de minuto y medio comenzaremos nuestra aventura sin más explicación que la propia intuición del usuario de desplazarse de izquierda a derecha de la pantalla según marcan los cánones clásicos. Poco a poco comenzaremos a disfrutar de lo intuitivo que es el conjunto, con pruebas sencillas de acrobacia explicadas con silente perfección mediante botones del pad sobreimpresionados en la pantalla.
Así pues guiaremos con comodidad los pasos de nuestro anónimo héroe por el escenario, saltando plataformas, esquivando trampas mortales y tratando de no ser alcanzados por los diferentes mecanismos que salpican el maravilloso y preciosista universo de Outland. Sin embargo no pasará mucho tiempo antes de que comencemos a sumergirnos en combates a espada y también en estilos más complejos y sorprendentes. El descubrimiento de éstos los dejamos en manos del, por momentos, incluso atónito usuario; pero por ejemplo podemos adelantar que uno de los más curiosos hace referencia a los espíritus que habitan el universo del juego y que nos emplazan a invocar a unos u otros -con el botón R1 o RB del pad- para cambiar nuestro color y sortear los determinados rompecabezas en función del dios al que rindamos culto.
Al más puro estilo Shadow of the Colossus deberemos plantar cara a diferentes jefes finales de gigantescas dimensiones.
¿Ejemplo? Habrá cadenas de plataformas de color azul y rojo salteadas, de modo que en el aire entre una y otra deberemos pulsar el botón correspondiente para que la tonalidad de nuestro cuerpo se corresponda con la de la tarima y no la atravesemos cayendo al vacío. Así pues cambiando nuestra polaridad superaremos infinidad de rompecabezas del juego e incluso también combates, puesto que los enemigos a menudo responderán a unos u otros colores y deberemos buscar siempre el invertido en nuestro protagonista para poder acabar con ellos -Si un oponente es rojo, por mencionar otro caso, será invulnerable si nuestro cuerpo también está teñido de esa tonalidad-.
De este modo, el videojuego de Housemarque mezcla elementos de los clásicos Castlevania, de Metroid, e incluso algunas características representativas de la serie Zelda. Sin embargo lo hace con tamaña maestría que logra hacer de su producto un videojuego sorprendentemente único, lo que se beneficia notablemente de una jugabilidad basada en intrincadísimos mapas en los que a menudo deberemos retroceder sobre nuestros pasos para acceder al mecanismo de apertura de una determinada puerta, entrada, etcétera.
Polaridad Espiritual
Outland, por si fuera poco, es un título francamente bien gradado en cuanto a dificultad. El reto comienza realmente fácil, con la sensación de que es el videojuego el que se adapta a la habilidad del aficionado y no viceversa, pero rápidamente va demostrando una curva de aprendizaje realmente fantástica. Hay algunos elementos matizables a este respecto, los jefes finales excesivamente duros para el computo global del juego, y unos checkpoints algo separados en su recta final; pero el aficionado veterano y nostálgico de esta clase de títulos sabrá encontrar en el juego que nos ocupa un reto fantástico.
En cuanto a la duración el título se mueve en unos estándares muy razonables de horas, muy oscilantes en función del perfil y la maestría del aficionado, pero siempre dentro de lo que se puede esperar para un videojuego con un coste de 9,99 dólares o 800 Microsoft Points. Por si fuera poco el videojuego trae consigo la opción de dilatar su duración mediante un fantástico cooperativo para disfrutar del juego a tres bandas (con la historia, los modos arcades o con una serie de desafíos desbloqueables).
Los combates se gestionan de forma muy sencilla, a espada, aunque se alternan con maniobras especiales.
La dirección artística del título es otro de los aspectos que lo ayudan a estar un peldaño por encima de lo que es habitual dentro de la vasta oferta del Store de PlayStation Network o del Bazar de Xbox Live. Housemarque vuelve a demostrar que es un estudio puntero en lo tocante al talento de sus artistas e ilustradores, y compone unos fondos de escenario que se cuentan entre los más bellos que hemos podido ver últimamente. El cuidado diseño del personaje principal, así como el de los enemigos y, especialmente, el de los jefes finales redondea un conjunto visual de sobresaliente.
El audio es igualmente memorable con una banda sonora de escasa pero perfecta presencia, y con un doblaje en inglés también minimalista pero impecablemente realizado. El título llega a nuestro país con los subtítulos traducidos a nuestro idioma.
Algunas capturas de esta joya: