Más que la historia en sí, creo que el mérito está en cómo está narrada. Su frescura y sencillez te transportan con una facilidad pasmosa a ese Japón medieval, consiguiendo que te dejes llevar por cualquier cosa que su autor quiera contarte.
Personajes bien remarcados y definidos, y lo más caracteristo, fieles a sí mismo. Siempre tras su ideal, sean hombres o mujeres.
Un aspecto de la cultura japonesa que siempre me ha llamado la atención es ese grado de banalidad del hombre oriental en aquella época, ese afán de aspirar a algo en la escala social, esa diferencia de clases tan remarcada, esa fanfarronería vista una y mil veces en películas, eso de medir a las personas por su estatus social (trabajas al servicio de un alto señor y el orgullo llena tu pecho, por el contrario no trabajas para nadie y no eres nadie). En fin, esta pobreza de miras en verdad la he confirmado ahora más que nunca tras leer esta novela nipona, que muestra perfectamente la mentalidad de la sociedad de una época; ignoro hasta qué punto haya trascendido este pensamiento en la cultura japonesa actual.
9/10