Ingresar a la universidad es difícil, a la universidad pública mucho más difícil. En aquellos años había crisis.
Mi Padre me dijo:
-Hijo no tenemos dinero y tus hermanos menores aun siguen en la escuela.
Lo entendí, tenía que estudiar en una universidad pública. Una vacante para cincuenta postulantes, mi vida de aquellos años la dediqué a estudiar. Salía poco a la calle a encontrarme con amigos, vivía dedicado a estudiar. A darle vueltas a los exámenes pasados, practicaba los ejercicios matemáticos, las preguntas de razonamiento, las preguntas de conocimientos.
La estrategia de ingreso era conseguir los exámenes de admisión de años anteriores y resolver las preguntas una a una. Tenía exámenes anteriores de varias universidades y todos los días en ciertas horas programadas me dedicaba resolver esos exámenes.
Cuando no estudiaba me dedicaba a leer a Poe, Balzac, Dumas, Tolstoi, Dostoievski , por enésima vez el Quijote y por enésima vez a Dante. Luego me enfrentaba a los libros de mis paisanos: Ribeyro, Vargas Llosa, Bryce, Reynoso, Alegría. Era un encierro voluntario, trataba de abstraerme del mundo exterior, pensaba en aquel examen de ingreso. Mis lecturas eran un recreo entre repaso y repaso, aun no fumaba tenia diecisiete, en mi casa se fumaba a partir de los dieciocho.
Mi Madre, siempre tan noble se preocupaba por mí. Hijo sal a pasear un rato a distraerte. Gracias mamá pero tengo que estar concentrado. Daba algunas vueltas en aquella enorme casa, me sentaba debajo de la higuera y seguía leyendo.
Un día de aquellos un tío, primo de mi Madre nos invitó a su casa a celebrar su cumpleaños. La invitación era general es decir a toda la familia. Era un almuerzo así que todos nos alistamos y enrumbamos a la casa de nuestro tío. Al llegar me encontré con primos y primas contemporáneos, algunos ya habían ingresado a la universidad y otros en el mismo trance que yo.
Después de mucho tiempo me sentí contento, algunos de los que postulaban estaban en su segundo intento y otros en su tercer intento. Cada uno contaba sus experiencias, sus errores y sus aciertos, escuchaba y mentalmente me repetía: “debo hacer esto, no debo hacer aquello”. Mi tía nos acercaba amablemente una jarra con chicha morada. La chicha morada es agradable como una bebida para quitar el calor pero solo eso, así que en cierto momento dejamos de tomarla.
Un primo mío Rafael, hijo del dueño del cumpleaños, nos reto a tomar cerveza. Algunos dijeron que ya, que no había problema yo guardé silencio. Simplemente no tenía dinero. Rafael desapareció un buen rato y luego apareció con una caja de cerveza helada. Nos pusimos a tomar hombre y mujeres, conversamos de lo que esperábamos de la vida. De nuestros sueños, de nuestros temores, de nuestras pendejadas reales o irreales.
Aparte de eso, yo pensaba en como hacia Rafael para tener dinero. Mi tío no era un magnate y en aquella época todos padecíamos del mismo mal, estábamos en crisis. No teníamos dinero. Mis Padres y mis tíos en la sala conversaban y bebían cerveza. Las señoras arreglando las mesas y acondicionando todo para servir el almuerzo.
En aquellos años aun las señoras atendían a sus esposos, era raro ver a un hombre atendiendo a una mujer. Ahora cada uno se atiende solo.
Almorzamos todos juntos en el patio de aquella casa, había tres mesas juntas cubiertas por un gran mantel blanco. Mi tío antes de empezar a almorzar dio un discurso, nada despreciable para un abogado independiente. Todos aplaudimos. Mi Padre quizás por la cerveza previa también se levantó y hablo en nombre de los parientes políticos. También aplaudimos.
El almuerzo transcurrió entre risas por los chistes colorados y frases llenas de doble sentido. Al terminar los mayores pasaron a la sala a seguir tomando con las señoras luego de un rato soltaron la música y se armó la jarana a puro valses.
Los menores continuamos nuestras conversaciones llenas de vaguedades y esperanzas. Llenas de sueños por cumplir.
Yo me quedé con aquel pensamiento acerca de mi primo Rafael, “¿De dónde saca plata este pendejo?”, tenia buena ropa, zapatos finos. “¿Cómo lo hace?”. Tenía envidia, sentía cólera. Rafael era mi primo y mi amigo de la infancia, quería preguntarle pero tuve vergüenza. Vergüenza de mi ropa vieja y mis zapatos ajados.
La caja de cerveza que trajo Rafael se terminó, el día iba terminando, en la sala estaban bailando marineras. Algunas primas fueron reclutadas por sus Padres para completar las parejas. Rafael apareció con otra caja de cerveza. ” ¿Cómo chucha lo hace?”. Algunos de mis primos empezaron a rajar de sus Padres. Los escuchaba y hacia bromas de las cosas que hablaban, mis Padres no eran perfectos pero sus defectos no merecían ser expuestos con nadie.
Apareció la Madre de Rafael, preguntó por él, nadie le supo dar razón de donde se encontraba. Era necesario que aparezca era hora de partir la torta y cantarle al tío y debía estar presente. Me ofrecí a buscarlo, la tía me agradeció. Es un buen motivo para dejar de tomar -pensé.
Salí a la calle, corría viento, me sentí mejor. Conocía el barrio, era un sitio tranquilo lleno de parques.
¿Dónde puede estar?
En una esquina divise un grupo de muchachos, me pareció conocer a alguien en ese grupo. Me acerqué pregunté si habían visto a Rafael, un chico me indicó un rumbo calles no conocidas. Agradecí, y fui para allá. Mas parques, era algo oscuro. ¿Dónde está?
Me detuve, escuche música algo lejana y risas, me acerqué. En la puerta a modo de vigilante un tipo recostado me observaba.
-¿Conoces a Rafael?-pregunté.
El tipo sin hablar me hizo una seña indicándome que estaba adentro.
Entré, una música estridente me sacudía el pecho, estaba oscuro casi no veía nada. Que pendejo, santo de su viejo y se escapa a otra jarana. Vi a alguien conocido amigo de Rafael, le pregunté por mi primo. Parece que se incomodó, me dijo que le avisaría.
Mi vista se acostumbró a la oscuridad de aquel lugar y noté algo curioso en ese momento para mí. No había mujeres, todos eran hombres. Estaba en medio de aquella fiesta solo en medio de los grupos de hombres que conversaban y se reían animadamente.
Lo extraño era la mezcla que había en los grupos, algunos hombres con ademanes extraños, movían las manos y se movían con delicadeza y luego muchachos de mi edad, de la edad de Rafael riendo con esos tipos. Veía cada gesto, cada movimiento que hacían en esa fiesta.
De pronto alguien me tomo suavemente del brazo, un hombre ya maduro, de pañuelo rojo en el cuello. Cabello bien peinado y perfume suave, demasiado suave para un hombre.
-Eres el chico que estaba buscando.
Yo, con la estupidez de mis diecisiete años solo atiné a reírme. Recién en ese momento me di cuenta que era una fiesta de maricas. Una especie de feria, una exposición de ganado. Ahí seleccionaban a su galán de turno.
Un chico de tez oscura, se me acercó y me dijo al oído: “te doblaste has ligado con el bancario”, me puso un billete de cincuenta en el bolsillo, esto es de el –me dijo. Mierda, cincuenta soles, el bancario se me acercó como una quinceañera y me pidió que le invite una cerveza.
Me dio asco. Decidí seguirle la corriente, fui a comprar la cerveza, en un rincón vi a mi primo conversando con alguien. Fui hacia él, le dije que lo estaban esperando en su casa, espérame afuera-me dijo.
Fui donde “el bancario”, le serví la cerveza. Me dijo que se llamaba Tony me dio su tarjeta, que cualquier cosa que necesitaba el me la conseguía. Quería ser mi amigo, tomé un vaso le pasé la botella a otro tipo. Le dije que iría al baño, le mentí.
Salí a la calle, estaba confundido, aquellos hombres amanerados me causaban una sensación instintiva de desagrado. Ahora sabía de donde tenía dinero mi primo.
Salió mi primo, inmediatamente caminé, el me siguió. Nos conocíamos pero dejamos de vernos hacia tres años. Ahora en estas circunstancias volvemos a conversar.
Rafael solo atinó a decir: “billetera manda”. Lo entendí, pero sentía que no lo debía apoyar. Vaya manera de hacer dinero.
-¿Qué les haces?
-Me los brinco y soy amable con ellos. Me pagan bien. Pero tengo mi hembrita por si acaso.
Saqué la tarjeta, se la alcancé.
-Ese marica es millonario, vive por Miraflores al lado del mar. Llámalo y te lloverá dinero.
Hicimos un juramento de silencio, yo volví a mi casa a mi vida franciscana. Estudiando y rumiando mis pobrezas. Tenía la tarjeta pero me dio asco, la rompí y la arroje al inodoro.
Siempre que me encontraba con mi primo estaba bien vestido y con dinero. Ya en la universidad nos saludábamos, sacaba unos cuantos billetes y me los alcanzaba diciendo: “billetera manda”.
Pasaron los años cada uno en su rumbo, ahora ambos casados. Cuando lo encuentro le invito una cerveza y le digo: “billetera manda”. Nos reímos de aquella frase tan asquerosamente cierta.
Mi Padre me dijo:
-Hijo no tenemos dinero y tus hermanos menores aun siguen en la escuela.
Lo entendí, tenía que estudiar en una universidad pública. Una vacante para cincuenta postulantes, mi vida de aquellos años la dediqué a estudiar. Salía poco a la calle a encontrarme con amigos, vivía dedicado a estudiar. A darle vueltas a los exámenes pasados, practicaba los ejercicios matemáticos, las preguntas de razonamiento, las preguntas de conocimientos.
La estrategia de ingreso era conseguir los exámenes de admisión de años anteriores y resolver las preguntas una a una. Tenía exámenes anteriores de varias universidades y todos los días en ciertas horas programadas me dedicaba resolver esos exámenes.
Cuando no estudiaba me dedicaba a leer a Poe, Balzac, Dumas, Tolstoi, Dostoievski , por enésima vez el Quijote y por enésima vez a Dante. Luego me enfrentaba a los libros de mis paisanos: Ribeyro, Vargas Llosa, Bryce, Reynoso, Alegría. Era un encierro voluntario, trataba de abstraerme del mundo exterior, pensaba en aquel examen de ingreso. Mis lecturas eran un recreo entre repaso y repaso, aun no fumaba tenia diecisiete, en mi casa se fumaba a partir de los dieciocho.
Mi Madre, siempre tan noble se preocupaba por mí. Hijo sal a pasear un rato a distraerte. Gracias mamá pero tengo que estar concentrado. Daba algunas vueltas en aquella enorme casa, me sentaba debajo de la higuera y seguía leyendo.
Un día de aquellos un tío, primo de mi Madre nos invitó a su casa a celebrar su cumpleaños. La invitación era general es decir a toda la familia. Era un almuerzo así que todos nos alistamos y enrumbamos a la casa de nuestro tío. Al llegar me encontré con primos y primas contemporáneos, algunos ya habían ingresado a la universidad y otros en el mismo trance que yo.
Después de mucho tiempo me sentí contento, algunos de los que postulaban estaban en su segundo intento y otros en su tercer intento. Cada uno contaba sus experiencias, sus errores y sus aciertos, escuchaba y mentalmente me repetía: “debo hacer esto, no debo hacer aquello”. Mi tía nos acercaba amablemente una jarra con chicha morada. La chicha morada es agradable como una bebida para quitar el calor pero solo eso, así que en cierto momento dejamos de tomarla.
Un primo mío Rafael, hijo del dueño del cumpleaños, nos reto a tomar cerveza. Algunos dijeron que ya, que no había problema yo guardé silencio. Simplemente no tenía dinero. Rafael desapareció un buen rato y luego apareció con una caja de cerveza helada. Nos pusimos a tomar hombre y mujeres, conversamos de lo que esperábamos de la vida. De nuestros sueños, de nuestros temores, de nuestras pendejadas reales o irreales.
Aparte de eso, yo pensaba en como hacia Rafael para tener dinero. Mi tío no era un magnate y en aquella época todos padecíamos del mismo mal, estábamos en crisis. No teníamos dinero. Mis Padres y mis tíos en la sala conversaban y bebían cerveza. Las señoras arreglando las mesas y acondicionando todo para servir el almuerzo.
En aquellos años aun las señoras atendían a sus esposos, era raro ver a un hombre atendiendo a una mujer. Ahora cada uno se atiende solo.
Almorzamos todos juntos en el patio de aquella casa, había tres mesas juntas cubiertas por un gran mantel blanco. Mi tío antes de empezar a almorzar dio un discurso, nada despreciable para un abogado independiente. Todos aplaudimos. Mi Padre quizás por la cerveza previa también se levantó y hablo en nombre de los parientes políticos. También aplaudimos.
El almuerzo transcurrió entre risas por los chistes colorados y frases llenas de doble sentido. Al terminar los mayores pasaron a la sala a seguir tomando con las señoras luego de un rato soltaron la música y se armó la jarana a puro valses.
Los menores continuamos nuestras conversaciones llenas de vaguedades y esperanzas. Llenas de sueños por cumplir.
Yo me quedé con aquel pensamiento acerca de mi primo Rafael, “¿De dónde saca plata este pendejo?”, tenia buena ropa, zapatos finos. “¿Cómo lo hace?”. Tenía envidia, sentía cólera. Rafael era mi primo y mi amigo de la infancia, quería preguntarle pero tuve vergüenza. Vergüenza de mi ropa vieja y mis zapatos ajados.
La caja de cerveza que trajo Rafael se terminó, el día iba terminando, en la sala estaban bailando marineras. Algunas primas fueron reclutadas por sus Padres para completar las parejas. Rafael apareció con otra caja de cerveza. ” ¿Cómo chucha lo hace?”. Algunos de mis primos empezaron a rajar de sus Padres. Los escuchaba y hacia bromas de las cosas que hablaban, mis Padres no eran perfectos pero sus defectos no merecían ser expuestos con nadie.
Apareció la Madre de Rafael, preguntó por él, nadie le supo dar razón de donde se encontraba. Era necesario que aparezca era hora de partir la torta y cantarle al tío y debía estar presente. Me ofrecí a buscarlo, la tía me agradeció. Es un buen motivo para dejar de tomar -pensé.
Salí a la calle, corría viento, me sentí mejor. Conocía el barrio, era un sitio tranquilo lleno de parques.
¿Dónde puede estar?
En una esquina divise un grupo de muchachos, me pareció conocer a alguien en ese grupo. Me acerqué pregunté si habían visto a Rafael, un chico me indicó un rumbo calles no conocidas. Agradecí, y fui para allá. Mas parques, era algo oscuro. ¿Dónde está?
Me detuve, escuche música algo lejana y risas, me acerqué. En la puerta a modo de vigilante un tipo recostado me observaba.
-¿Conoces a Rafael?-pregunté.
El tipo sin hablar me hizo una seña indicándome que estaba adentro.
Entré, una música estridente me sacudía el pecho, estaba oscuro casi no veía nada. Que pendejo, santo de su viejo y se escapa a otra jarana. Vi a alguien conocido amigo de Rafael, le pregunté por mi primo. Parece que se incomodó, me dijo que le avisaría.
Mi vista se acostumbró a la oscuridad de aquel lugar y noté algo curioso en ese momento para mí. No había mujeres, todos eran hombres. Estaba en medio de aquella fiesta solo en medio de los grupos de hombres que conversaban y se reían animadamente.
Lo extraño era la mezcla que había en los grupos, algunos hombres con ademanes extraños, movían las manos y se movían con delicadeza y luego muchachos de mi edad, de la edad de Rafael riendo con esos tipos. Veía cada gesto, cada movimiento que hacían en esa fiesta.
De pronto alguien me tomo suavemente del brazo, un hombre ya maduro, de pañuelo rojo en el cuello. Cabello bien peinado y perfume suave, demasiado suave para un hombre.
-Eres el chico que estaba buscando.
Yo, con la estupidez de mis diecisiete años solo atiné a reírme. Recién en ese momento me di cuenta que era una fiesta de maricas. Una especie de feria, una exposición de ganado. Ahí seleccionaban a su galán de turno.
Un chico de tez oscura, se me acercó y me dijo al oído: “te doblaste has ligado con el bancario”, me puso un billete de cincuenta en el bolsillo, esto es de el –me dijo. Mierda, cincuenta soles, el bancario se me acercó como una quinceañera y me pidió que le invite una cerveza.
Me dio asco. Decidí seguirle la corriente, fui a comprar la cerveza, en un rincón vi a mi primo conversando con alguien. Fui hacia él, le dije que lo estaban esperando en su casa, espérame afuera-me dijo.
Fui donde “el bancario”, le serví la cerveza. Me dijo que se llamaba Tony me dio su tarjeta, que cualquier cosa que necesitaba el me la conseguía. Quería ser mi amigo, tomé un vaso le pasé la botella a otro tipo. Le dije que iría al baño, le mentí.
Salí a la calle, estaba confundido, aquellos hombres amanerados me causaban una sensación instintiva de desagrado. Ahora sabía de donde tenía dinero mi primo.
Salió mi primo, inmediatamente caminé, el me siguió. Nos conocíamos pero dejamos de vernos hacia tres años. Ahora en estas circunstancias volvemos a conversar.
Rafael solo atinó a decir: “billetera manda”. Lo entendí, pero sentía que no lo debía apoyar. Vaya manera de hacer dinero.
-¿Qué les haces?
-Me los brinco y soy amable con ellos. Me pagan bien. Pero tengo mi hembrita por si acaso.
Saqué la tarjeta, se la alcancé.
-Ese marica es millonario, vive por Miraflores al lado del mar. Llámalo y te lloverá dinero.
Hicimos un juramento de silencio, yo volví a mi casa a mi vida franciscana. Estudiando y rumiando mis pobrezas. Tenía la tarjeta pero me dio asco, la rompí y la arroje al inodoro.
Siempre que me encontraba con mi primo estaba bien vestido y con dinero. Ya en la universidad nos saludábamos, sacaba unos cuantos billetes y me los alcanzaba diciendo: “billetera manda”.
Pasaron los años cada uno en su rumbo, ahora ambos casados. Cuando lo encuentro le invito una cerveza y le digo: “billetera manda”. Nos reímos de aquella frase tan asquerosamente cierta.