Aún recuerdo cuando Peter Pan se despidió de Wendy. El cielo londinense lloraba en forma de Perseidas.
-Supongo que esto es un adiós- gimió Wendy.
-Es un hasta luego.
Y Peter Pan partió, volando, dejando en el aire polvo de Hadas.
El Tiempo en Nunca Jamás es apenas discernible, así que Peter lo pasó luchando contra piratas, sacando de quicio al Capitán Garfio, jugando con los Niños Perdidos y filtreando con las sirenas.
Un día o noche sin más, extrañó a Wendy.
Se apoyó en el alféizar de la ventana, cual Romeo y contempló con tristeza infantil e ingenua los estragos del Tiempo. Los niños Darling habían crecido.
Los padres de Wendy habían muerto prematuramente debido a una enfermedad, y como iban justos de dinero, no pudieron pagarse asistencia médica. Entonces Wendy empezó a trabajar.
John, el hijo mediano había desarrollado una inteligencia para los negocios, sin embargo, la avaricia lo arrastró hacia chanchullos oscuros. Michael, El niño pequeño, pronto comenzó a ser socio de su hermano. Al principio todo iba bien. Ambos podían permitirse visitar de vez en cuando el burdel y Michael quedarse con parte del cargamento que luego fumaba. Aquellas noches no gritaba el nombre de su madre. La vida de los Darlings cayó en un pozo sin fondo en el momento que John cogió gusto a apostar dinero y Michael fumaba más que su parte. Las deudas aumentaban y Wendy tuvo que pluriemplearse y partirse el lomo por llevar adelante la casa. Sus hermanos apenas aparecían por ella.
Cierto día, John fue arrestado por tráfico de drogas y poco después Michael recibió una paliza que lo dejaría tetrapléjico. La situación descansaba en los hombros de Wendy.
Ya nadie quería darle trabajo honrado debido a la fama familiar. Así, empezó a vender su cuerpo y a hacerse vieja. Cuando llegaba a casa cuidaba de Michael y los fines de semana visitaba a John. Los domingos asistía a misa, y de rodillas, por una vez, rezaba. Rezaba para que vinieran días mejores. En secreto, para que Peter la llevara de nuevo a Nunca Jamás.
-Padre nuestro, perdona mis pecados.
Imposible. Había crecido.
Y Peter, desde su ventana, contempló como el amor de su vida se había convertido en una Puta sidosa. Dando un pequeño salto de la ventana y con mirada vomitiva,
-Adiós, Wendy. Hasta Nunca Jamás.
P.D: Quisiera autoasesinarme por lo que le he hecho a la obra infantil. Me retiro a atizarme con algún tocho de Schopenhauer.
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Quería publicar algo mío, pero por desgracia la mayoría es ciertamente deprimente y con su tiempo porque actualmente no escribo nada.
Tenía ganas de desempolvar cosas.
A Bukowski le gusta esto.
-Supongo que esto es un adiós- gimió Wendy.
-Es un hasta luego.
Y Peter Pan partió, volando, dejando en el aire polvo de Hadas.
El Tiempo en Nunca Jamás es apenas discernible, así que Peter lo pasó luchando contra piratas, sacando de quicio al Capitán Garfio, jugando con los Niños Perdidos y filtreando con las sirenas.
Un día o noche sin más, extrañó a Wendy.
Se apoyó en el alféizar de la ventana, cual Romeo y contempló con tristeza infantil e ingenua los estragos del Tiempo. Los niños Darling habían crecido.
Los padres de Wendy habían muerto prematuramente debido a una enfermedad, y como iban justos de dinero, no pudieron pagarse asistencia médica. Entonces Wendy empezó a trabajar.
John, el hijo mediano había desarrollado una inteligencia para los negocios, sin embargo, la avaricia lo arrastró hacia chanchullos oscuros. Michael, El niño pequeño, pronto comenzó a ser socio de su hermano. Al principio todo iba bien. Ambos podían permitirse visitar de vez en cuando el burdel y Michael quedarse con parte del cargamento que luego fumaba. Aquellas noches no gritaba el nombre de su madre. La vida de los Darlings cayó en un pozo sin fondo en el momento que John cogió gusto a apostar dinero y Michael fumaba más que su parte. Las deudas aumentaban y Wendy tuvo que pluriemplearse y partirse el lomo por llevar adelante la casa. Sus hermanos apenas aparecían por ella.
Cierto día, John fue arrestado por tráfico de drogas y poco después Michael recibió una paliza que lo dejaría tetrapléjico. La situación descansaba en los hombros de Wendy.
Ya nadie quería darle trabajo honrado debido a la fama familiar. Así, empezó a vender su cuerpo y a hacerse vieja. Cuando llegaba a casa cuidaba de Michael y los fines de semana visitaba a John. Los domingos asistía a misa, y de rodillas, por una vez, rezaba. Rezaba para que vinieran días mejores. En secreto, para que Peter la llevara de nuevo a Nunca Jamás.
-Padre nuestro, perdona mis pecados.
Imposible. Había crecido.
Y Peter, desde su ventana, contempló como el amor de su vida se había convertido en una Puta sidosa. Dando un pequeño salto de la ventana y con mirada vomitiva,
-Adiós, Wendy. Hasta Nunca Jamás.
P.D: Quisiera autoasesinarme por lo que le he hecho a la obra infantil. Me retiro a atizarme con algún tocho de Schopenhauer.
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Quería publicar algo mío, pero por desgracia la mayoría es ciertamente deprimente y con su tiempo porque actualmente no escribo nada.
Tenía ganas de desempolvar cosas.
A Bukowski le gusta esto.