Todo era blanco.
En su mente, una inmensidad nívea lo cubría todo. A su alrededor, no había principio ni fin, sólo un infinito del color de las nubes en verano.
Dió unos pasos, nada cambió.
Un momento.
¿Y si probaba a abrir los ojos? Se dió cuenta que los había tenido cerrados todo el tiempo.
Cuando abrió los ojos, se encontró en una oficina. No estaba solo, una veintena de personas caminaban de un lado a otro con pasos apresurados, transportando pilas de folios o carpetas.
Miró la hoja que tenía delante. En ella estaban escritos unos símbolos incomprensibles. Tuvo la sensación de que aquella hoja era importante, algo tenía que hacer con ella, pero no sabía qué.
¿Quién era toda esa gente? ¿Y qué hacía él allí? ¿Quién era él? ¿Cómo se llamaba?
No recordaba nada.
-¿Todavía no has terminado con eso?- un hombre grueso y de mirada despectiva se dirigía a él.
Sin esperar a que contestase, se alejó por el pasillo con rapidez, como sialgo le persiguiese.
Volvió a mirar la hoja. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con aquel trozo de papel? Por mucho que lo mirase, seguía sin comprender qué significaban todos esos signos entrelazados. Siguó contemplando la hoja; tal vez si consiguiese recordar... Rebuscó en su memoria. Una imagen, un sonido, algo que le ayudase a entender aquel folio.
Una mujer pasó a su lado y derramó sin querer unas gotitas del café que llevaba encima de su hoja.
Alguien tosió.
Miró el reloj en la pared. ¿Qué significaba aquello? Las manecillas iben en el sentido inverso, ¡el tiempo iba al revés!
-¿Todavía no has terminado con eso?- otra vez aquel hombre, las mismas palabras, la misma expresión, y la misma forma de escapar como si algo urgente le requiriese.
"¿Qué está ocurriendo?"
La mujer volvió a pasar a su lado y las gotas de café volvieron a manchar la hoja; alguien tosió otra vez.
Miró el reloj de nuevo. Las manecillas iban más rápido, más rápido, siempre hacia atrás.
El hombre grueso volvía a acercarse, y el reloj no paraba.
¿Qué ocurría? ¿Qué tenía que hacer? Si al menos pudiese recordar... pero su mente era un vacío, donde sólo reinaba el infinito, la nada. Y aquella hoja... era importante, lo presentía ¿pero qué significaba?
Echó a correr hacia la puerta. En su huida empujó a la mujer del café, que derramó el oscuro líquido sobre la camisa del hombre grueso.
Salió del edificio y se encontró en medio de una gran ciudad.
Multitud de edificios se derrumbaban a su alrededor, poco a poco, como si el tiempo se ralentizase, y él tuviese la capacidad de vislumbrar el imponente poder del paso de las eras. Enormes rascacielos se consumían ante sus perplejos ojos, la piedra se erosionaba, mientras la vegetación se iba convirtiendo en dueña y señora de todo.
Miró a su alrededor, en busca de otra persona que pudiese explicarle, pero el único ser humano en medio de aquella ciudad decadente era él. Completamente solo entre edificios en ruinas.
Echó a correr sin un destino. Sólo quería huir de todo aquello, de la ciudad que moría por minutos, del tiempo, de sí mismo.
Por fín llegó al final. Donde acababa la ciudad, y al parecer, para él, el mundo.
Se dio cuenta al ver, más allá de los edificios, un infinito blanco, que hería los ojos. Un vacío hecho de silencio que él conocía muy bien. El mismo vacío que reinaba en su mente. Más allá de la ciudad, la nada lo envolvía todo.
Quiso desaparecer en ese infinito, fundirse en la nada y dejarlo todo atrás; no quería vivir anclado a las leyes del tiempo que dominaban esa ciudad maldita, necesitaba ir más allá, y saborear la inmortalidad.
La nada le atraía. Echó a correr, huyendo de todo, corrió hacia más allá de la muerte y el dolor, intentó correr más rápido que el tiempo...
Pero el tiempo lo atrapó, y una invisible barrera frenó su huida en busca de la inmortalidad. Una bóveda transparente envolvía la ciudad, impidiendo escapar.
Y entonces lo entendió, y un grito escapó de su grganta, grito de frustración, de rabia... Aporreó el cristal, pero este no se rompió.
Aquella bóveda que separaba el tiempo de la inmortalidad cubría toda la ciudad, y tenía una forma similar a la de un reloj de arena...
Con manos temblorosas, sacó del bolsillo aquella hoja que le había parecido tan importante momentos antes, pero cuyo significado no había podido descubrir.
Ahora los carácteres escritos en ella se presentaban claros ante sus ojos, al fin lo comprendía...
En el folio había escrita una sola palabra:
En su mente, una inmensidad nívea lo cubría todo. A su alrededor, no había principio ni fin, sólo un infinito del color de las nubes en verano.
Dió unos pasos, nada cambió.
Un momento.
¿Y si probaba a abrir los ojos? Se dió cuenta que los había tenido cerrados todo el tiempo.
Cuando abrió los ojos, se encontró en una oficina. No estaba solo, una veintena de personas caminaban de un lado a otro con pasos apresurados, transportando pilas de folios o carpetas.
Miró la hoja que tenía delante. En ella estaban escritos unos símbolos incomprensibles. Tuvo la sensación de que aquella hoja era importante, algo tenía que hacer con ella, pero no sabía qué.
¿Quién era toda esa gente? ¿Y qué hacía él allí? ¿Quién era él? ¿Cómo se llamaba?
No recordaba nada.
-¿Todavía no has terminado con eso?- un hombre grueso y de mirada despectiva se dirigía a él.
Sin esperar a que contestase, se alejó por el pasillo con rapidez, como sialgo le persiguiese.
Volvió a mirar la hoja. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con aquel trozo de papel? Por mucho que lo mirase, seguía sin comprender qué significaban todos esos signos entrelazados. Siguó contemplando la hoja; tal vez si consiguiese recordar... Rebuscó en su memoria. Una imagen, un sonido, algo que le ayudase a entender aquel folio.
Una mujer pasó a su lado y derramó sin querer unas gotitas del café que llevaba encima de su hoja.
Alguien tosió.
Miró el reloj en la pared. ¿Qué significaba aquello? Las manecillas iben en el sentido inverso, ¡el tiempo iba al revés!
-¿Todavía no has terminado con eso?- otra vez aquel hombre, las mismas palabras, la misma expresión, y la misma forma de escapar como si algo urgente le requiriese.
"¿Qué está ocurriendo?"
La mujer volvió a pasar a su lado y las gotas de café volvieron a manchar la hoja; alguien tosió otra vez.
Miró el reloj de nuevo. Las manecillas iban más rápido, más rápido, siempre hacia atrás.
El hombre grueso volvía a acercarse, y el reloj no paraba.
¿Qué ocurría? ¿Qué tenía que hacer? Si al menos pudiese recordar... pero su mente era un vacío, donde sólo reinaba el infinito, la nada. Y aquella hoja... era importante, lo presentía ¿pero qué significaba?
Echó a correr hacia la puerta. En su huida empujó a la mujer del café, que derramó el oscuro líquido sobre la camisa del hombre grueso.
Salió del edificio y se encontró en medio de una gran ciudad.
Multitud de edificios se derrumbaban a su alrededor, poco a poco, como si el tiempo se ralentizase, y él tuviese la capacidad de vislumbrar el imponente poder del paso de las eras. Enormes rascacielos se consumían ante sus perplejos ojos, la piedra se erosionaba, mientras la vegetación se iba convirtiendo en dueña y señora de todo.
Miró a su alrededor, en busca de otra persona que pudiese explicarle, pero el único ser humano en medio de aquella ciudad decadente era él. Completamente solo entre edificios en ruinas.
Echó a correr sin un destino. Sólo quería huir de todo aquello, de la ciudad que moría por minutos, del tiempo, de sí mismo.
Por fín llegó al final. Donde acababa la ciudad, y al parecer, para él, el mundo.
Se dio cuenta al ver, más allá de los edificios, un infinito blanco, que hería los ojos. Un vacío hecho de silencio que él conocía muy bien. El mismo vacío que reinaba en su mente. Más allá de la ciudad, la nada lo envolvía todo.
Quiso desaparecer en ese infinito, fundirse en la nada y dejarlo todo atrás; no quería vivir anclado a las leyes del tiempo que dominaban esa ciudad maldita, necesitaba ir más allá, y saborear la inmortalidad.
La nada le atraía. Echó a correr, huyendo de todo, corrió hacia más allá de la muerte y el dolor, intentó correr más rápido que el tiempo...
Pero el tiempo lo atrapó, y una invisible barrera frenó su huida en busca de la inmortalidad. Una bóveda transparente envolvía la ciudad, impidiendo escapar.
Y entonces lo entendió, y un grito escapó de su grganta, grito de frustración, de rabia... Aporreó el cristal, pero este no se rompió.
Aquella bóveda que separaba el tiempo de la inmortalidad cubría toda la ciudad, y tenía una forma similar a la de un reloj de arena...
Con manos temblorosas, sacó del bolsillo aquella hoja que le había parecido tan importante momentos antes, pero cuyo significado no había podido descubrir.
Ahora los carácteres escritos en ella se presentaban claros ante sus ojos, al fin lo comprendía...
En el folio había escrita una sola palabra:
TIEMPO