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¿Qué sabes de amor? Me preguntó mi reflejo... ¿Qué sabes de la caricia oportuna? ¿De la ruta a sus labios? ¿De la respiración agitada y el anhelo de que nunca se está suficientemente cerca del Otro porque la única manera de saciarte es ser el Otro? ¿Sabes algo de eso niña? ¿Se te han nublado los sentidos entre los brazos del Otro? ¿Has jadeado sedienta de más y más? ¿Qué sabes de todo eso? Me preguntó, una y otra vez, sin compasión de mi alma de virgen rota.
Caída, olvidada, tirada sobre mi cama, yo, pequeña, aún sin florecer, no sabía nada. Era como un pajarito tembloroso sin lugar en la tierra ni en el cielo. Un calor extraño subía por mi cuerpo y se alojaba en mis mejillas, rojas y avergonzadas, pero no tenía desahogo posible. No había forma de deshacerme de su penosa presencia, anhelantey oculta. No había forma de rescatarme de ese calor frío e inútil. Y mi reflejo, cruel, seguía preguntando.
Tenías que llegar tu... ¿O no? Tenías que llegar tú. Y llegaste. Mi reflejo se calló, amenazado, sabía que ante tus ojos yo no era olvido y pasión descuidada. Adivinó en tus labios un destino irremediable para los míos.
Se dio naturalmente, como agua que fluye, sin que nos diéramos cuenta. Mi reflejo mudo frente a nosotros, y el calor en aumento. Entonces deje las puertas abiertas, porque siempre cuidando de mis tesoros, no deje que nadie viera nada relucir de mí. Por eso te deje las puertas abiertas, por eso te hable desde mi silencio. Tu piel sobre mi piel desnuda que ardía, quemaba, tus ojos sobre la luz extraña que despedían por ejemplo, mis muslos blancos, o mis mejillas febriles...No podías, decía algo adentro tuyo, como querías, precipitar sobre mi tus manos y labios ávidos de piel. Yo también lo deseaba, pero no podíamos. Nos habían dicho siempre que no, que jamás, que eso era algo terrible, que escapaba a todo control, que era dañino y enfermizo… Estaba en los albores de mi juventud, en mi plena virginidad adolescente, enfrentando todos los tabúes que desde niños deformaron nuestro deseo.
¿Que sabes de amar? me seguía preguntando terco mi reflejo, de pronto había vuelto a su cruel interrogatorio...
-Se que para amar hay que ser libre, libre y dueño de uno, para regalarse al otro- le dije, valiente; y al tiempo, tus labios se encontraron con la piel de mi cuello y tus manos comenzaron a recorrer inquietas mi suavidad curvilínea.
No importó lo que dijeran otros, los que nos inculcaron desde niños, la culpabilidad y el silencio, y la represión... Descubrimos que nada de eso era cierto. Nunca fuimos más inocentes y más puros que unidos, enredados, entre las sábanas.
Desde aquella noche, mi reflejo nunca volvió a interrogarme. Logre silenciarlo.
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Bueno, mi experiencia en lo que tiene que ver con la sexualidad es nula, así que ruego a los expertos que me perdonen las pequeñas fallas de esta fantasía. Es un poco como imagino que debería ser la primera vez, aunque por lo que me han contado no tiene nada que ver... Una lástima, la verdad.