Un desayuno cuesta 1,5 gramos un helado cuesta medio gramo de polvo blanco.
En las veredas más perdidas del Caquetá el dinero ha dejado de ser la moneda de cambio. Los campesinos compran su mercado con gramos de coca y los tenderos, en lugar de caja registradora, tienen una pesa electrónica. Un desayuno vale 1,5 gramos y, sin ir más lejos, un helado cuesta medio gramo de polvo blanco.
El almacén de don Jorge como en la época dorada de los ochenta luce macizo de mercancías. En sus estantes descuellan enlatados de pescado y de verduras, galletas de sal, garrafas de aceite, cubos de panela. Atrás, en el cuarto de los depósitos, reposan bultos de arroz, de fríjoles, galones de gasolina, bultos de cemento y una guarnición de utensilios para el campo.
Los componentes precisos de una tienda rural.
Con una canción de despecho al aire y un tropel de borrachos podría ser el típico negocio de un caserío inculto colombiano, salvo por un detalle singular: en el mostrador descansa una gramera para cuantificar bolsas de coca.
A medida que entran los clientes al abasto, el dueño, un paisa, va marcando en el cuaderno de apuntes los gramos de coca recibidos y la lista de productos vendidos. Un fin de semana, de esos bien buenos, la libreta puede llegar a sumar en una hoja unos 15 kilos de polvo blanco.
Vea, chileno, esta es mercancía pura me grita el dueño de la tienda de enseguida, en medio de un estacionamiento de caballos y mulas.
¿Cuánto pesa esa bolsa? le replico desde una mesa.
Un kilo, más o menos. Pero venga y la pesamos.
Voy y compruebo que su instinto se equivocó por 100 gramos. La pesa digital mar-có 900 gramos.
Las tiendas colindantes, como la de don Augusto o la de doña Ana, también se ajustan a esas matemáticas. Las pesas digitales o balanzas franquean un hecho insólito en el planeta, del que quedan exentos unas ferias aymaras en Bolivia o unos cuantos bazares en las sierras peruanas: la economía de la comarca no sólo se sustenta en dinero en efectivo que escasea en esa parte del Caquetá. Los campesinos utilizan la pasta base de coca que les otorgan sus fincas cada 45 días para comprar mercado, insumos químicos o para abonar un almuerzo de bagre frito, yuca y plátano.
Aquí, en los afluentes más densos de la ex zona de distensión a ocho horas desde Florencia: cinco en campero por una vía destapada y tres en lancha de motor y luego de tres años de jaleos por la guerra, ha vuelto la tradición del trueque. Ocurre, como en Nariño, Vaupés o Putumayo, en las veredas ribereñas de los primeros afluentes de la Amazonia. Se supone que era algo desterrado por la lluvia de glifosato, pero esa costumbre de siembra e intercambio sigue presente.
Por cada gramo del alcaloide que se produce de manera artesanal en los claros de la selva nada de grandes laboratorios o cocinas con hornos microondas, el campesino viaja a los pueblos costaneros y lo cambia por dos mil pesos. No es raro verlos llegar después del mediodía con sus mulas cargadas de toneles de gasolina vacíos y sentarse a descansar al pie de las tiendas. De cierta forma es el término de una cosecha exitosa y el único instante en que se empapan de algo de civilización.
Lo único que da por estos lados es la coca. Para un campesino, tres racimos grandes de plátano dejan 10.000 pesos, que no alcanzan ni pa los gastos,(mientras que) un kilo deja dos millones de pesos, dice Augusto, otro comerciante.
¿Por qué no se paga con dinero en efectivo? Sí lo usamos, pero como el polvo es lo único que manejan ellos (los campesinos) y la coca tiene salida rápida, el trueque es lo que se utiliza.
¿Y cómo la sacan de aquí? No contesta. Nadie contes-ta. La espesura del río y el fo-llaje de la selva ayudan a es-clarecer este sigilo y, de paso, a que los traficantes vengan y compren las despensas de pasta base sin tantos vaivenes. Pero esa movida es el siguiente paso de la cadena de tráfico de la coca y su conexión con la cocaína. En otro lugar la purifican. En otro la mueven y la llevan al norte.
Antes de todo esto, está el trueque.
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-2484852
En las veredas más perdidas del Caquetá el dinero ha dejado de ser la moneda de cambio. Los campesinos compran su mercado con gramos de coca y los tenderos, en lugar de caja registradora, tienen una pesa electrónica. Un desayuno vale 1,5 gramos y, sin ir más lejos, un helado cuesta medio gramo de polvo blanco.
El almacén de don Jorge como en la época dorada de los ochenta luce macizo de mercancías. En sus estantes descuellan enlatados de pescado y de verduras, galletas de sal, garrafas de aceite, cubos de panela. Atrás, en el cuarto de los depósitos, reposan bultos de arroz, de fríjoles, galones de gasolina, bultos de cemento y una guarnición de utensilios para el campo.
Los componentes precisos de una tienda rural.
Con una canción de despecho al aire y un tropel de borrachos podría ser el típico negocio de un caserío inculto colombiano, salvo por un detalle singular: en el mostrador descansa una gramera para cuantificar bolsas de coca.
A medida que entran los clientes al abasto, el dueño, un paisa, va marcando en el cuaderno de apuntes los gramos de coca recibidos y la lista de productos vendidos. Un fin de semana, de esos bien buenos, la libreta puede llegar a sumar en una hoja unos 15 kilos de polvo blanco.
Vea, chileno, esta es mercancía pura me grita el dueño de la tienda de enseguida, en medio de un estacionamiento de caballos y mulas.
¿Cuánto pesa esa bolsa? le replico desde una mesa.
Un kilo, más o menos. Pero venga y la pesamos.
Voy y compruebo que su instinto se equivocó por 100 gramos. La pesa digital mar-có 900 gramos.
Las tiendas colindantes, como la de don Augusto o la de doña Ana, también se ajustan a esas matemáticas. Las pesas digitales o balanzas franquean un hecho insólito en el planeta, del que quedan exentos unas ferias aymaras en Bolivia o unos cuantos bazares en las sierras peruanas: la economía de la comarca no sólo se sustenta en dinero en efectivo que escasea en esa parte del Caquetá. Los campesinos utilizan la pasta base de coca que les otorgan sus fincas cada 45 días para comprar mercado, insumos químicos o para abonar un almuerzo de bagre frito, yuca y plátano.
Aquí, en los afluentes más densos de la ex zona de distensión a ocho horas desde Florencia: cinco en campero por una vía destapada y tres en lancha de motor y luego de tres años de jaleos por la guerra, ha vuelto la tradición del trueque. Ocurre, como en Nariño, Vaupés o Putumayo, en las veredas ribereñas de los primeros afluentes de la Amazonia. Se supone que era algo desterrado por la lluvia de glifosato, pero esa costumbre de siembra e intercambio sigue presente.
Por cada gramo del alcaloide que se produce de manera artesanal en los claros de la selva nada de grandes laboratorios o cocinas con hornos microondas, el campesino viaja a los pueblos costaneros y lo cambia por dos mil pesos. No es raro verlos llegar después del mediodía con sus mulas cargadas de toneles de gasolina vacíos y sentarse a descansar al pie de las tiendas. De cierta forma es el término de una cosecha exitosa y el único instante en que se empapan de algo de civilización.
Lo único que da por estos lados es la coca. Para un campesino, tres racimos grandes de plátano dejan 10.000 pesos, que no alcanzan ni pa los gastos,(mientras que) un kilo deja dos millones de pesos, dice Augusto, otro comerciante.
¿Por qué no se paga con dinero en efectivo? Sí lo usamos, pero como el polvo es lo único que manejan ellos (los campesinos) y la coca tiene salida rápida, el trueque es lo que se utiliza.
¿Y cómo la sacan de aquí? No contesta. Nadie contes-ta. La espesura del río y el fo-llaje de la selva ayudan a es-clarecer este sigilo y, de paso, a que los traficantes vengan y compren las despensas de pasta base sin tantos vaivenes. Pero esa movida es el siguiente paso de la cadena de tráfico de la coca y su conexión con la cocaína. En otro lugar la purifican. En otro la mueven y la llevan al norte.
Antes de todo esto, está el trueque.
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-2484852