Ensayo: Muerte a Dios/Allah/Yahveh
Con las tórridas noticias de ataques a embajadas internacionales que nos llegan desde oriente medio, a causa de una polémica película cuya calidad no llega ni a “serie B”, no he podido evitar sentir anhelo por aquellos tiempos de finales de siglo XIX en los que el nihilismo reclamaba la muerte de Dios. «Ha muerto Dios, ¡viva el superhombre!» exaltaba optimista un soñador llamado Nietzsche. Una lástima que aquella corriente que, como tantas otras, emergió como una bella flor de esperanza acabase por marchitarse en el olvido. Hoy yo, influenciado por el embrujo de la melancolía, aúllo nuevamente con determinación: «¡Muerte a Dios, موت إلى إلهة(muerte a Allah), מוות אלוהים (muerte a Yahveh)!».
La religión es uno de las peores y más obstinadas enfermedades que la humanidad ha heredado. Nuestros padres no supieron luchar contra ella, ni antes nuestros abuelos, ni los abuelos de nuestros abuelos. Ello ha llevado a la humanidad a sufrir a lo largo de la historia las acciones genocidas de las tres principales religiones que llevan tanto tiempo esclavizándonos: las Cruzadas, la Santa Inquisición (sólo en España quemaron en la hoguera a 34.382 personas), la persecución de personas, injusticia hacia las mujeres, discriminación hacia los homosexuales, ocupación y exterminio de musulmanes en Palestina, conversión forzada de gente indígena a los que sometieron y cuyas tradiciones destruyeron a fuerza de espada, suicidas usados para ataques terroristas, lo ocurrido en Ruanda, el comercio de esclavos, el silencio durante la dictadura nazi y la aceptación en España del franquismo, la violación y tortura de huérfanos y niños en iglesias y escuelas de todos los países,…
¿Y todo por qué? Porque un Dios, magnánimo y omnipresente, dicta desde los cielos el devenir de la humanidad imponiendo su palabra en las santas escrituras (Biblia, Corán y Torah). Luchan entre ellas pero coinciden en lo mismo y tienen el mismo objetivo: esclavizar y someter las voluntades.
Desde que ésta nació determinó que aquellos que no siguieran sus órdenes serían castigados a arder en las llamas del averno por toda la eternidad. Reza, o serás condenado; alaba y canta a Dios, o serás condenado; no pienses en dudar de su existencia, o serás condenado; sigue los pasos que los hombres imponemos, o serás condenado. Hace dos mil años que han secuestrado nuestra racionalidad y buen juicio. El control autoritario de las religiones las lleva a aseverar que una persona puede ser castigada al infierno por el mero hecho de pensar, pensar es de por sí un crimen mental. Ni siquiera creen en el principio básico del derecho que defiende que el pensamiento no puede ser considerado delito si no acarrea consigo actos preparatorios que pueda derivar en la consumación. Se atreven a amenazar con la condenación a la gente, no por lo que hacen, sino por lo que son. Dicen a los niños que si no abrazan la religión serán bañados en el azufre del infierno. ¿Existe algo más inhumano y obsceno que eso? Lo más triste es que los encargados en juzgar son un grupo de hipócritas y cínicos que dicen ser representantes de Dios.
Han infectado lo más básico de nuestra integridad moral y viven del miedo a las amenazas que vierten sobre nosotros. Nos obligan a amar a aquellos que nos torturan, la esencia más pura del masoquismo. Y dicen que tenemos que aceptarlo para sentir a sí a Dios… al Dios más malévolo que al ser humano pudo inventar.
El origen de las religiones
Hablando con un viejo amigo monoteísta sobre estos temas finiquitó una de nuestras discusiones con una frase que repetía cada vez que le daba un sólido argumento: «Soy un hombre de fe». La primera vez que sentenció de esa manera sonreí pensando que bromeaba, a la cuarta vez me preocupé. Me di cuenta que lo decía con orgullo dándome a entender que sólo por eso debía ganarse mi respeto. Era él quien acababa de confesar que era una persona que se creería cualquier cosa sin prueba empírica ninguna y ahí estaba, esperando mi aceptación… a los cinco segundos de silencio una paloma se posó en el muro sobre el que estábamos el grupo haciendo botellón: «Perfecto» pensé «Ahora tiene el apoyo del Espíritu Santo».
¿Qué es lo que estos “hombres de fe” creen? Esta gente, al aceptar lo que sus religiones dicen, están creyendo que durante los 100.000 años que nuestra especie lleva sobre la faz de la tierra Dios ha visto con total parsimonia e indiferencia como ésta sufría terribles enfermedades, moría entre terribles dolores con una experiencia de vida de veinte años de edad por hambrunas, guerras, sufrimiento y miseria, mientras Él en lo alto del empíreo observaba como las vacas ven pasar al tren. Eso hasta que, después de 98.000 años, hace sólo 2.000 años Dios consideró que ya era suficiente y que lo mejor sería condenar a un mártir a sacrificarse por la humanidad en uno de los lugares más analfabetos e iletrados de oriente medio. No mandó su palabra a China o Mongolia donde la gente vivía en civilizaciones y sabían leer y estudiar evidencias, no, prefirió mandarlo en medio del desierto para que el mundo sufriera una revelación. Esto no puede ser creído por una persona con un mínimo de capacidad racional.
El éxito de la religión católica en occidente se debe a la voluntad del emperador del imperio romano Constantino quien en el siglo III decidió que el catolicismo sería la religión oficial. Fue entonces cuando mandó escribir, a su voluntad, gran parte de la Biblia y el antiguo testamento, y no una paloma con una ramita en la boca.
El miedo a la muerte: origen del éxito de las religiones
No es el amor al prójimo ni los deseos de alabar y ensalzar a Dios por lo que las personas aún van cada domingo a misa, sí lo es el temor que éstos tienen a la muerte. Desde que el primer homínido bípedo observó como un igual perecía a causa de una mala caída o una enfermedad, éste temió que lo mismo le ocurriese a él. Así comenzó a tomar medidas de seguridad y desarrolló su instinto más primario: la supervivencia.
Es ése, el instinto primario de sobrevivir, el que lleva al hombre a aceptar cualquier doctrina que le diga que su existencia no acaba con la muerte. De ese pánico es del que se han valido las personas que han dominado el mundo e impuesto las religiones como régimen que seguir. Pero, ¿realmente es lo que queremos?
¿Alguien se imagina al lado de un señor mayor barbudo alabándole y adorándole por toda la eternidad? Incluso él debe estar ya aburrido de tanta oda en su nombre. Parafraseando a la fiesta de Hitchens: el ser humano lo que realmente teme no es sólo que en esta fiesta llegue uno de los guardias de seguridad y nos diga «Tienes que irte», sino que te diga «La fiesta sigue pero tú tienes que irte». Sin embargo las religiones ofrecen una solución a eso: la eternidad. Ahora bien, ¿es lo que de verdad queremos? ¿Alguien se imagina que el guardia de seguridad llega, nos toca en el hombro, y nos dice «Ei, la fiesta sigue. Es más no puedes irte de la fiesta aunque quieras, tienes que quedarte aquí eternamente y encima el Jefe dice que te diviertas»? Eso es tortura, un secuestro en toda regla.
¿Cuál es el precio que pagamos por “vivir eternamente”? La esclavitud. Una vida de servidumbre inclinados con la cabeza agachada y la rodilla hincada, negando nuestros instintos sexuales y rechazando cualquier inquietud personal que nos lleva a pensar por nosotros mismos, porque pensar es el peor de los crímenes. Dios nos otorga inteligencia pero nos limita el cómo usarla.
No hipotequéis vuestra racionalidad ni sometáis vuestra voluntad por temor. Al fin y al cabo, no hay porqué temer la muerte. Por definición nadie que haya muerto experimentará la muerte, pues ya no tiene vida para experimentar; los únicos que sentirán lo que es la muerte son los que quedan vivos. Así que disfrutar la vida y no penséis en algo que no viviréis.
«Non serviam»
Llamo a la desobediencia y la insubordinación. No os dejéis seducir por palabras demagógicas como “tolerancia” o “respeto”. Las religiones han sido el motivo de todas las guerras, genocidios y discriminaciones de la historia, y tal y como estamos viendo esta semana, siguen siéndolo. Nada de estado aconfesional que respeta todas las religiones: hay que converger al estado laico donde se prohíban las prácticas religiosas.
La religión aún es autoridad en el mundo, y como tal, debe ser objeto de burla y mofa por parte de todos nosotros. El cristianismo en cualquiera de sus formas (catolicismo, protestantes, ortodoxos, luteranos,..), el islamismo en cualquier de sus corrientes (sunís o chiitas) y el judaísmo en todas sus modalidades (reformista, ortodoxo, caraíta,…) todas y cada una de ellas deben ser señaladas como costumbres retrógradas y obsoletas y deben empezar a ser eliminadas desde el interior de nosotros mismo.
Nacemos envueltos por la misma sangre, vivimos bajo el mismo cielo y pisamos la misma tierra. No permitáis que ninguna religión juzgue a otro por su raza o su cultura. Muerte a la religión, muerte a Dios.
Con las tórridas noticias de ataques a embajadas internacionales que nos llegan desde oriente medio, a causa de una polémica película cuya calidad no llega ni a “serie B”, no he podido evitar sentir anhelo por aquellos tiempos de finales de siglo XIX en los que el nihilismo reclamaba la muerte de Dios. «Ha muerto Dios, ¡viva el superhombre!» exaltaba optimista un soñador llamado Nietzsche. Una lástima que aquella corriente que, como tantas otras, emergió como una bella flor de esperanza acabase por marchitarse en el olvido. Hoy yo, influenciado por el embrujo de la melancolía, aúllo nuevamente con determinación: «¡Muerte a Dios, موت إلى إلهة(muerte a Allah), מוות אלוהים (muerte a Yahveh)!».
La religión es uno de las peores y más obstinadas enfermedades que la humanidad ha heredado. Nuestros padres no supieron luchar contra ella, ni antes nuestros abuelos, ni los abuelos de nuestros abuelos. Ello ha llevado a la humanidad a sufrir a lo largo de la historia las acciones genocidas de las tres principales religiones que llevan tanto tiempo esclavizándonos: las Cruzadas, la Santa Inquisición (sólo en España quemaron en la hoguera a 34.382 personas), la persecución de personas, injusticia hacia las mujeres, discriminación hacia los homosexuales, ocupación y exterminio de musulmanes en Palestina, conversión forzada de gente indígena a los que sometieron y cuyas tradiciones destruyeron a fuerza de espada, suicidas usados para ataques terroristas, lo ocurrido en Ruanda, el comercio de esclavos, el silencio durante la dictadura nazi y la aceptación en España del franquismo, la violación y tortura de huérfanos y niños en iglesias y escuelas de todos los países,…
¿Y todo por qué? Porque un Dios, magnánimo y omnipresente, dicta desde los cielos el devenir de la humanidad imponiendo su palabra en las santas escrituras (Biblia, Corán y Torah). Luchan entre ellas pero coinciden en lo mismo y tienen el mismo objetivo: esclavizar y someter las voluntades.
Desde que ésta nació determinó que aquellos que no siguieran sus órdenes serían castigados a arder en las llamas del averno por toda la eternidad. Reza, o serás condenado; alaba y canta a Dios, o serás condenado; no pienses en dudar de su existencia, o serás condenado; sigue los pasos que los hombres imponemos, o serás condenado. Hace dos mil años que han secuestrado nuestra racionalidad y buen juicio. El control autoritario de las religiones las lleva a aseverar que una persona puede ser castigada al infierno por el mero hecho de pensar, pensar es de por sí un crimen mental. Ni siquiera creen en el principio básico del derecho que defiende que el pensamiento no puede ser considerado delito si no acarrea consigo actos preparatorios que pueda derivar en la consumación. Se atreven a amenazar con la condenación a la gente, no por lo que hacen, sino por lo que son. Dicen a los niños que si no abrazan la religión serán bañados en el azufre del infierno. ¿Existe algo más inhumano y obsceno que eso? Lo más triste es que los encargados en juzgar son un grupo de hipócritas y cínicos que dicen ser representantes de Dios.
Han infectado lo más básico de nuestra integridad moral y viven del miedo a las amenazas que vierten sobre nosotros. Nos obligan a amar a aquellos que nos torturan, la esencia más pura del masoquismo. Y dicen que tenemos que aceptarlo para sentir a sí a Dios… al Dios más malévolo que al ser humano pudo inventar.
El origen de las religiones
Hablando con un viejo amigo monoteísta sobre estos temas finiquitó una de nuestras discusiones con una frase que repetía cada vez que le daba un sólido argumento: «Soy un hombre de fe». La primera vez que sentenció de esa manera sonreí pensando que bromeaba, a la cuarta vez me preocupé. Me di cuenta que lo decía con orgullo dándome a entender que sólo por eso debía ganarse mi respeto. Era él quien acababa de confesar que era una persona que se creería cualquier cosa sin prueba empírica ninguna y ahí estaba, esperando mi aceptación… a los cinco segundos de silencio una paloma se posó en el muro sobre el que estábamos el grupo haciendo botellón: «Perfecto» pensé «Ahora tiene el apoyo del Espíritu Santo».
¿Qué es lo que estos “hombres de fe” creen? Esta gente, al aceptar lo que sus religiones dicen, están creyendo que durante los 100.000 años que nuestra especie lleva sobre la faz de la tierra Dios ha visto con total parsimonia e indiferencia como ésta sufría terribles enfermedades, moría entre terribles dolores con una experiencia de vida de veinte años de edad por hambrunas, guerras, sufrimiento y miseria, mientras Él en lo alto del empíreo observaba como las vacas ven pasar al tren. Eso hasta que, después de 98.000 años, hace sólo 2.000 años Dios consideró que ya era suficiente y que lo mejor sería condenar a un mártir a sacrificarse por la humanidad en uno de los lugares más analfabetos e iletrados de oriente medio. No mandó su palabra a China o Mongolia donde la gente vivía en civilizaciones y sabían leer y estudiar evidencias, no, prefirió mandarlo en medio del desierto para que el mundo sufriera una revelación. Esto no puede ser creído por una persona con un mínimo de capacidad racional.
El éxito de la religión católica en occidente se debe a la voluntad del emperador del imperio romano Constantino quien en el siglo III decidió que el catolicismo sería la religión oficial. Fue entonces cuando mandó escribir, a su voluntad, gran parte de la Biblia y el antiguo testamento, y no una paloma con una ramita en la boca.
El miedo a la muerte: origen del éxito de las religiones
No es el amor al prójimo ni los deseos de alabar y ensalzar a Dios por lo que las personas aún van cada domingo a misa, sí lo es el temor que éstos tienen a la muerte. Desde que el primer homínido bípedo observó como un igual perecía a causa de una mala caída o una enfermedad, éste temió que lo mismo le ocurriese a él. Así comenzó a tomar medidas de seguridad y desarrolló su instinto más primario: la supervivencia.
Es ése, el instinto primario de sobrevivir, el que lleva al hombre a aceptar cualquier doctrina que le diga que su existencia no acaba con la muerte. De ese pánico es del que se han valido las personas que han dominado el mundo e impuesto las religiones como régimen que seguir. Pero, ¿realmente es lo que queremos?
¿Alguien se imagina al lado de un señor mayor barbudo alabándole y adorándole por toda la eternidad? Incluso él debe estar ya aburrido de tanta oda en su nombre. Parafraseando a la fiesta de Hitchens: el ser humano lo que realmente teme no es sólo que en esta fiesta llegue uno de los guardias de seguridad y nos diga «Tienes que irte», sino que te diga «La fiesta sigue pero tú tienes que irte». Sin embargo las religiones ofrecen una solución a eso: la eternidad. Ahora bien, ¿es lo que de verdad queremos? ¿Alguien se imagina que el guardia de seguridad llega, nos toca en el hombro, y nos dice «Ei, la fiesta sigue. Es más no puedes irte de la fiesta aunque quieras, tienes que quedarte aquí eternamente y encima el Jefe dice que te diviertas»? Eso es tortura, un secuestro en toda regla.
¿Cuál es el precio que pagamos por “vivir eternamente”? La esclavitud. Una vida de servidumbre inclinados con la cabeza agachada y la rodilla hincada, negando nuestros instintos sexuales y rechazando cualquier inquietud personal que nos lleva a pensar por nosotros mismos, porque pensar es el peor de los crímenes. Dios nos otorga inteligencia pero nos limita el cómo usarla.
No hipotequéis vuestra racionalidad ni sometáis vuestra voluntad por temor. Al fin y al cabo, no hay porqué temer la muerte. Por definición nadie que haya muerto experimentará la muerte, pues ya no tiene vida para experimentar; los únicos que sentirán lo que es la muerte son los que quedan vivos. Así que disfrutar la vida y no penséis en algo que no viviréis.
«Non serviam»
Llamo a la desobediencia y la insubordinación. No os dejéis seducir por palabras demagógicas como “tolerancia” o “respeto”. Las religiones han sido el motivo de todas las guerras, genocidios y discriminaciones de la historia, y tal y como estamos viendo esta semana, siguen siéndolo. Nada de estado aconfesional que respeta todas las religiones: hay que converger al estado laico donde se prohíban las prácticas religiosas.
La religión aún es autoridad en el mundo, y como tal, debe ser objeto de burla y mofa por parte de todos nosotros. El cristianismo en cualquiera de sus formas (catolicismo, protestantes, ortodoxos, luteranos,..), el islamismo en cualquier de sus corrientes (sunís o chiitas) y el judaísmo en todas sus modalidades (reformista, ortodoxo, caraíta,…) todas y cada una de ellas deben ser señaladas como costumbres retrógradas y obsoletas y deben empezar a ser eliminadas desde el interior de nosotros mismo.
Nacemos envueltos por la misma sangre, vivimos bajo el mismo cielo y pisamos la misma tierra. No permitáis que ninguna religión juzgue a otro por su raza o su cultura. Muerte a la religión, muerte a Dios.