El fraude de los talleres literarios
El domingo pasado, en un festival literario en Bath, Inglaterra, el novelista y guionista Hanif Kureishi adeclaró indignado que las cátedras de escritura creativa no sirven para nada: “Si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que no estás listo para escribir.”
Kureishi tiene razón, pero es un hipócrita y parte del problema, es que Kureishi es profesor de escritura creativa en Kingston University donde la matrícula para el Posgrado en Escritura Creativa ronda entre 10 y 20 mil dólares por año, según seas de la Unión Europea o extranjero, si el curso dura un año o dos.
Sobre los alumnos que eligen este curso de estudios Kureishi dijo: “Muchos de mis alumnos simplemente no pueden relatar una historia. Pueden escribir frases, pero no saben hacer que un cuento llegue a su final sin que sus lectores se mueran de aburrimiento.”
Como si no fuera suficiente, el autor de El buda de los suburbios (1990), dijo que el 99,9% de sus alumnos no tenían talento y que él nunca aconsejaría participar en un programa como el que lo tiene como empleado remunerado. “Es una gran lástima que miles de personas estudien esta materia con tutores sin calificaciones, algunos que nunca han publicado una novela. No soporto cuando autores anuncian que tienen un título en escritura creativa. ¿Y qué? Salen diez centavos la docena.
Las amargas declaraciones de Kureishi pertenecen a la odiosa fauna de los escritores que van a los festivales literarios para pasársela quejándose cuánto odian tener que hacer publicidad de sus libros.
Pero volvamos al debate. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea, o directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la ciudad donde cada uno vive.
La respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los nombres son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Emily Dickinison, Samuel Beckett, Cormac McCarthy, Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio Paz, Benito Pérez Galdós, F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce...
Entendieron la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron dinero para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay más debate posible contra este argumento? No es original, pero nos parece definitivo.
La fecha 1936 no la elegimos azarosamente. Es el año en cual se fundó el Iowa Writers Workshop, la más prestigiosa escuela de escritura creativa y el modelo de los talleres literarios como se practica mayormente hoy: alumnos leyendo sus trabajos y recibiendo comentarios y críticas de sus compañeros, guiados por la autoridad de un escritor profesional.
¿Se imaginan a Franz Kafka llevando las primeras páginas de La Metamorfosis a un taller? “Eh, Franz”, diría un hipster con dinero de papá, “me parece que lo que estás buscando está más en el género de la ciencia ficción. Y el título –ya veo que se remite irónicamente a Ovidio– pero me parece un poco pretencioso.”
¿Se imaginan a Marcel Proust presentando su plan de trabajo en un taller de Kureishi? Agobiado, pasaría la tarea de crítica a sus alumnos. Uno diría: “Y, me parece que sería más sensato comenzar por cuentos cortos. Como empezar por un lugar donde el final se va ver. Además, tu idea me parece genial, es muy tierna, pero creo que lo vas a poder resolver en un cuento de no más de 20 páginas.”
Estos chistes son fantasiosos. Pero veamos el caso de David Foster Wallace. Wallace, autor de la última gran novela del siglo XX, era alumno del posgrado de escritura en la Universidad de Arizona. Sus profesores lo odiaban y hasta lo alentaban a discontinuar sus estudios. Les parecía que la dirección en la que iba su imaginación era frívola. No encajaba con el modelo de realismo duro carvereano que estaba de moda en ese momento. Hasta que Foster Wallace consiguió un contrato para publicar su primera novela, aun siendo alumno. Incómodo silencio por parte de los profesores...
Para ser justos, tendríamos que agregarle a este relato que Foster Wallace fue profesor de escritura creativa y, según los testimonios de sus alumnos, era extremadamente generoso con su tiempo y muy positivo con sus alumnos. Otros escritores contemporáneos de gran calidad, como Junot Díaz y Jeffrey Eugenides, se recibieron de programas de escritura creativa y actualmente son profesores de esa materia.
Cuando Junot Díaz ganó la beca MacArthur en 2012 ($500.000 dólares sin obligación alguna) le preguntaron si dejaría su puesto de profesor en MIT. Contestó que no, porque no quería perder el plan médico.
Para concluir, veamos la declaración de la página informativa del Iowa Writers Workshop, cuya matrícula cuesta unos $40.000 dólares (por dos años de cursada). La página informativa, que explica la filosofía pedagógica del programa, concluye, y citamos fielmente:
Como un workshop damos una oportunidad para que el escritor talentoso trabaje y aprenda de poetas y escritores de prosa consagrados. Aunque estamos de acuerdo, parcialmente, con la insistencia popular que no se puede enseñar a escribir, existimos y procedemos con la suposición que el talento se puede desarrollar y vemos a nuestras posibilidades y limitaciones como colegio en esa luz. Si uno puede “aprender” a tocar el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir aunque ningún proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que lo hará bien. Así pues, el hecho que el workshop puede señalar como graduados a poetas, novelistas y cuentistas de prominencia nacional e internacional, creemos que esto se debe más a lo que tenían en su haber antes de llegar acá que por lo que les dimos. Continuamos buscando al talento más promisorio del país con la convicción que la escritura no se puede enseñar pero que los escritores pueden ser alentados.”
Esto es, simplemente, una estafa.
Dando vuelta la frase de Kureishi sobre sus alumnos, es una certeza que el 99,9% de los talleres literarios son una estafa también.
¿Quiere escribir? No se desespere. Hay una receta infalible: Escriba. Lea. Edite. Repetir.
Todo lo demás es literatura.
Fuente:
El domingo pasado, en un festival literario en Bath, Inglaterra, el novelista y guionista Hanif Kureishi adeclaró indignado que las cátedras de escritura creativa no sirven para nada: “Si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que no estás listo para escribir.”
Kureishi tiene razón, pero es un hipócrita y parte del problema, es que Kureishi es profesor de escritura creativa en Kingston University donde la matrícula para el Posgrado en Escritura Creativa ronda entre 10 y 20 mil dólares por año, según seas de la Unión Europea o extranjero, si el curso dura un año o dos.
Sobre los alumnos que eligen este curso de estudios Kureishi dijo: “Muchos de mis alumnos simplemente no pueden relatar una historia. Pueden escribir frases, pero no saben hacer que un cuento llegue a su final sin que sus lectores se mueran de aburrimiento.”
Como si no fuera suficiente, el autor de El buda de los suburbios (1990), dijo que el 99,9% de sus alumnos no tenían talento y que él nunca aconsejaría participar en un programa como el que lo tiene como empleado remunerado. “Es una gran lástima que miles de personas estudien esta materia con tutores sin calificaciones, algunos que nunca han publicado una novela. No soporto cuando autores anuncian que tienen un título en escritura creativa. ¿Y qué? Salen diez centavos la docena.
Las amargas declaraciones de Kureishi pertenecen a la odiosa fauna de los escritores que van a los festivales literarios para pasársela quejándose cuánto odian tener que hacer publicidad de sus libros.
Pero volvamos al debate. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea, o directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la ciudad donde cada uno vive.
La respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los nombres son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Emily Dickinison, Samuel Beckett, Cormac McCarthy, Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio Paz, Benito Pérez Galdós, F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce...
Entendieron la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron dinero para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay más debate posible contra este argumento? No es original, pero nos parece definitivo.
La fecha 1936 no la elegimos azarosamente. Es el año en cual se fundó el Iowa Writers Workshop, la más prestigiosa escuela de escritura creativa y el modelo de los talleres literarios como se practica mayormente hoy: alumnos leyendo sus trabajos y recibiendo comentarios y críticas de sus compañeros, guiados por la autoridad de un escritor profesional.
¿Se imaginan a Franz Kafka llevando las primeras páginas de La Metamorfosis a un taller? “Eh, Franz”, diría un hipster con dinero de papá, “me parece que lo que estás buscando está más en el género de la ciencia ficción. Y el título –ya veo que se remite irónicamente a Ovidio– pero me parece un poco pretencioso.”
¿Se imaginan a Marcel Proust presentando su plan de trabajo en un taller de Kureishi? Agobiado, pasaría la tarea de crítica a sus alumnos. Uno diría: “Y, me parece que sería más sensato comenzar por cuentos cortos. Como empezar por un lugar donde el final se va ver. Además, tu idea me parece genial, es muy tierna, pero creo que lo vas a poder resolver en un cuento de no más de 20 páginas.”
Estos chistes son fantasiosos. Pero veamos el caso de David Foster Wallace. Wallace, autor de la última gran novela del siglo XX, era alumno del posgrado de escritura en la Universidad de Arizona. Sus profesores lo odiaban y hasta lo alentaban a discontinuar sus estudios. Les parecía que la dirección en la que iba su imaginación era frívola. No encajaba con el modelo de realismo duro carvereano que estaba de moda en ese momento. Hasta que Foster Wallace consiguió un contrato para publicar su primera novela, aun siendo alumno. Incómodo silencio por parte de los profesores...
Para ser justos, tendríamos que agregarle a este relato que Foster Wallace fue profesor de escritura creativa y, según los testimonios de sus alumnos, era extremadamente generoso con su tiempo y muy positivo con sus alumnos. Otros escritores contemporáneos de gran calidad, como Junot Díaz y Jeffrey Eugenides, se recibieron de programas de escritura creativa y actualmente son profesores de esa materia.
Cuando Junot Díaz ganó la beca MacArthur en 2012 ($500.000 dólares sin obligación alguna) le preguntaron si dejaría su puesto de profesor en MIT. Contestó que no, porque no quería perder el plan médico.
Para concluir, veamos la declaración de la página informativa del Iowa Writers Workshop, cuya matrícula cuesta unos $40.000 dólares (por dos años de cursada). La página informativa, que explica la filosofía pedagógica del programa, concluye, y citamos fielmente:
Como un workshop damos una oportunidad para que el escritor talentoso trabaje y aprenda de poetas y escritores de prosa consagrados. Aunque estamos de acuerdo, parcialmente, con la insistencia popular que no se puede enseñar a escribir, existimos y procedemos con la suposición que el talento se puede desarrollar y vemos a nuestras posibilidades y limitaciones como colegio en esa luz. Si uno puede “aprender” a tocar el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir aunque ningún proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que lo hará bien. Así pues, el hecho que el workshop puede señalar como graduados a poetas, novelistas y cuentistas de prominencia nacional e internacional, creemos que esto se debe más a lo que tenían en su haber antes de llegar acá que por lo que les dimos. Continuamos buscando al talento más promisorio del país con la convicción que la escritura no se puede enseñar pero que los escritores pueden ser alentados.”
Esto es, simplemente, una estafa.
Dando vuelta la frase de Kureishi sobre sus alumnos, es una certeza que el 99,9% de los talleres literarios son una estafa también.
¿Quiere escribir? No se desespere. Hay una receta infalible: Escriba. Lea. Edite. Repetir.
Todo lo demás es literatura.
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