Voy a intentar colgar algo en "Prosa" aunque veo que el nivel está muy alto, así que perdonar a un aficionado que se anima a escribir.
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Feliz aniversario, amada mía
Los primeros haces de luz de la mañana esquivaron, con la soltura de un ninja, la persiana abriéndose paso entre sus pequeñas ranuras hasta azotar con violencia mi semblante.
Me va a estallar la cabeza.
El amarillento techo de mi habitación –en mi recuerdo un día fue de color blanco- se acercaba y alejaba mientras la cama parecía moverse lado a lado imitando el movimiento de vaivén de una balsa azotada por las olas. Podía sentir con preocupante perfección como la combinación de sabores de vodka y tabaco, con algún toque de ron, bailaban en mi paladar entremezclándose y luchando por predominar el uno sobre el otro. La sensación en el ambiente –a pesar de despertar completamente desnudo- era cálida, asfixiante. Hacía que por instantes mi mente me transportarse a las ardientes arenas del desierto de Neguev, en Israel, donde había pasado unos meses instruyéndome junto a aquellos lunáticos miembros del Mossad. Sin embargo, todas aquellas sensaciones murieron al sentir el peculiar y embriagador aroma a sexo y mujer que danzaba en la atmósfera y que sacudía con suavidad y delicadeza mi olfato. Influidos por el celuloide norteamericano muchos de mis compañeros no paraban de repetir que no había nada como el olor a napalm por la mañana. Pobres vírgenes que viven aún con sus padres. Para mí, no había nada como el exudado aroma de una buena fémina por la mañana.
Mi mano recorrió lentamente el brazo de la visitante, que reposaba sobre mi pecho, mientras girando mi cabeza a un lado trataba de ver de quién era su dueño. Yacía aún dormitada boca abajo escondiendo su rostro tras la almohada como si de una tímida princesa escapada de algún cuento infantil se tratara. Su largo cabello negro como el carbón la tapaba hasta la altura de sus hombros desnudos. Descendiendo por aquella espalda de tersa piel mi visión únicamente alcanzaba hasta la mitad de sus nalgas a partir de las cuales la sábana cubría todo lo demás. Así me eran escondidos los secretos que más allá se ocultaban y que seguramente me habían sido descubiertos la noche anterior aunque no pudiese recordarlo. Llamó mi atención un pequeño tatuaje de color negro que la joven tenía en la zona lumbar, tenía forma de pequeño tribal y un diminuto corazón grabado en la parte interior. Acaricié con ternura esa parte de su piel provocando un pequeño gemido en la joven quien aún somnolienta parecía continuar sometida ante el poder de Hipnos.
Quise levantarme para ducharme con el fin de disipar de alguna manera aquel terrible dolor de cabeza que tanto me atormentaba. Sin embargo, instintivamente llevé mi mano derecha sobre una pequeña mesilla de caoba que estaba junto a la cama para encenderme uno de aquellos bastoncillos incandescentes de los que acostumbraba a fumar desde primera hora de la mañana. Mis compañeros me decían que el tabaco acabaría llevándome a la tumba, aunque dudaba mucho de ellos, el alcohol y el tipo de vida que llevaba se le adelantarían casi con toda seguridad.
Fumaba el cigarrillo pensando que aquello no iba a ser solución para mitigar mi malestar, pero la mala costumbre actuaba por sí sola. Tumbado con la mano derecha sobre su nuca contemplaba el techo al que dirigía cada bocanada de humo mientras meditaba sobre pintar nuevamente aquella sucia bóveda. Desde que me había mudado no lo había hecho y los constantes pitillos mañaneros lo habían dejado de un color amarillento con tonalidades grisáceas nauseabundo.
Acabada mi conversación con mi vicio, dejé la colilla sobre la mesilla y me levanté cautelosamente tratando de no despertar a la bella dulcinea. Recorrí los cuatros metros que me separaban del baños y encendí la luz. Ésta vibró dos veces antes de iluminarse por completo.
Joder, vaya panorama.
Impasible y cruel, el espejo me devolvía mi reflejo. Me mostraba unos ojos rojizos adornados por dos grandes ojeras que se asociaban con aquel color blanquecino de mi demacrada cara. Sentí que algo en mis pies se movía.
Por un instante el dolor de cabeza me jugó una mala pasada haciendo que mi cuerpo se tambalee hacia atrás, mas no llegué a caer. Escapé rápidamente de aquella visión y entré a la ducha.
Una vez hube acabado salí con una toalla grande que me cubría de cintura para abajo y otra con la que aún me secando el pelo.
Vi como la bella durmiente se había despertado debido al ruido del agua de la ducha y yacía sentada sobre la cama colocándose el sujetador de forma precipitada como si hubiera visto un fantasma. Durante un instante llegué a pensar que huía por culpa mía. No reconocí el aniñado rostro de la muchacha de no más de veinte años, únicamente la recordaba por los pequeños flashes que me iban llegando de la noche anterior. Sea como fuere aquellos ojos verdosos combinado con aquella voluptuosa silueta hacían que mis instintos más primarios volvieran a emerger desde lo más profundo de mi ser.
Aquello provocó que una cálida sonrisa adornase la elegante fachada de la joven antes de perderse tras la escotada camiseta que se estaba colocando.
Si había algo que estimaba y respetaba sobre todas las cosas era la sinceridad. Sinceridad de la que en muchas ocasiones carecía. Y aquella mujer no sólo era sincera sino directa. No pude sino acercarse sonriente y apoyándome con ambos puños sobre la cama besar los dulces labios de mi invitada. No era el único que había bebido esa noche. Al separarme observé con nitidez aquellos ojos: eran de un tamaño grande y simétrico que la hacían realmente bella. Tenían un brillo especial que denotaba inteligencia en su mirada.
La zagala me empujó con ternura separándome unos centímetros de ella.
Ese era yo. Soy la clase de hombre que si riega las plantas por la noche a la mañana siguiente comprueba su estado.
La joven se apoyó sobre sus propios codos para retroceder y así avanzar del borde de la cama a la parte central de ésta. Con un sensual contoneo e inclinando su cabeza a un lado mientras se mordía el labio inferior contemplaba con ansia el cuerpo de su príncipe. Alzó la mano realizando un claro gesto de invitación con su dedo índice. Definitivamente parecía dispuesta a rendirse nuevamente a mi hospedaje, y otra cosa no, pero anfitrión, soy buen anfitrión.
En cuestión de segundos vimos nuestros cuerpos envueltos en una tempestad de pasión. Arrebatos de delirios retorcían nuestros seres chocando hambrientos uno con otro mientras las sedosas sábanas trataban de entremezclarse en el frenesí de aquel ciclón de lujuria. La sed de deseo en ambos nos volvían meros primates. No había lugar para la conciencia, la moralidad o el remordimiento. En varias ocasiones, por error o morbo, las uñas de la damisela se clavaban en mi espalda; aun así, mi movimiento no se veía interrumpido ni por los arañazos ni por los mordiscos que de vez en cuando padecía. Harto la tomé de las caderas volteándola boca abajo sobre la cama mientras continuaba bombeando con fuerza con el arranque de un astado. Aquello no era sólo sexo, había algo más. Era un arrebato de pasión enfermizo a la par que plácido. Demencial para la ética de muchos, complaciente para aquellas dos infatigables almas cuyo fervor prolongamos durante varios minutos.
Nuevamente quedó dormida, con su rostro oculto apoyado sobre las deshechas sábanas. Me hubiera gustado inmortalidad aquel momento en un lienzo que pudiera transmitir lo que en ese momento sentía, pero aunque hubiera tenido las herramientas hubiera carecido de las habilidades necesarias para hacerlo.
Desde esa posición miré el calendario. Inevitablemente sentí como un nudo se formaba en mi garganta.
Me levanté vistiéndome con premura. Levanté la falsa tapa del armario de los zapatos y cogí la glock 26 que guardaba bajo una toalla. Tras introducir el cargador alimenté el arma con soltura y la guardé dentro de mis vaqueros, en la parte trasera de mi cinturón. Antes de salir tomé del frigorífico una botella de Bacardi que abrí y comencé a engullir de su interior la angustia y exasperación que aquel cristal contenía. Un nuevo nudo apareció en mi estómago. Tragué nuevamente de aquel licor y abandoné del edificio botella en mano.
Lejos de hacerle caso al pasar junto a él bebí un trago del veneno que había llevado conmigo. No quería provocar, aunque seguramente es lo que estaba haciendo. El alcohol, entremezclado con el calor de una mañana primaveral, ya empezaba a hacer mella en mí.
Encaminé mis pasos de forma inexacta, incapaz ya de andar recto, a través del camino que llevaba a la zona más alejada de aquel camposanto. De reojo contemplé la fotografía de un niño de apenas cuatro o cinco años de edad incrustada en uno de los sepulcros.
Incluso alguien tan pequeño…
La muerte era tan perra como puta era la vida. ¿Qué podía haber vivido un crío de cinco años antes de morir? ¿Qué pudo hacer en vida? ¿Qué buen recuerdo pueden guardar sus padres de él? ¿Recordarán algo más allá del sufrimiento de ver como su hijo les es arrebatado?
Entre cavilaciones y enojo llegué a su tumba. Mi tumba. Nuestra tumba.
Así rezaba su epitafio. Epitafio que yo mismo escribí dos años atrás cuando me fue arrebatada sin previo aviso. Nos habíamos conocido tres años antes de su fallecimiento en la academia de policía. Yo era un simple aspirante y ella la profesora de psicología más atractica e interesante que había visto nunca. A ella le encantaba que cuando nos veían juntos la gente se confundiera y pensase que yo era mayor que ella; sin embargo, ella tenía dos años más que yo. Antes de presentarnos la perseguía por toda la academia, fingía estudiar en la biblioteca mientras cruzábamos huidizas miradas. En aquel tiempo yo era un pipiolo, no sabía nada de la vida. No había aprendido la lección más valiosa que la vida me iba a dar: vive el hoy como si no hubiera mañana. La estúpida timidez de un hombre impresionado con la divina belleza de una mujer me impedía acércame a aquella diosa de dorados cabellos. Así estuvimos durante un par de meses hasta que por fin ella se acercó a mí. No sé porque lo hizo, nunca lo entenderé. Tenía a toda la academia detrás de ella y sin embargo se fijó en mí; un pobre estúpido inseguro cuyo retraimiento impedía sostenerle la mirada más de dos segundos. Ella sonreía cuando me pasaba eso; era una sonrisa angelical. Y así la conocí. Así secuestró mi corazón y se lo llevó, primero en vida y ahora en muerte.
Escancié parte de la bebida sobre la tumba y bebí un largo trago. Mis lágrimas se entremezclaban con el líquido del ron mientras aquellos recuerdos golpeaban con fuerza mi memoria.
Hiciste que conociera la felicidad. Era lo único que sentía cada vez que estaba contigo. El tiempo se detenida a tu lado. No había en la noche estrella más bella...lo tenías todo, mi bella amada. Un atractivo sin igual, incapaz de nivelar tu inteligencia y sentido común. El aroma de tu piel por la mañana era mi bálsamo para enfrentar un nuevo día de peligros. Aun cuando las balas volaban por el aire sólo podía escuchar el cálido tono de tu voz susurrándome al oído que viviera, que hiciera lo que hiciera, sobreviviera. Me decías que la suerte no se había olvidado de mí. Me hacías prometer que ordenaran lo que me ordenaran, y estuviera en el zulo que estuviera, buscara la luz que me guiara nuevamente a ti. Y así lo hice, hasta que me abandonaste. Me arrebataron tu sonrisa, el aroma de tu cabello, el tacto de tu boca jugando conmigo... me lo arrebataron todo. Aquella bomba lapa debajo de mi coche era para mí, no para ti, amada mía. Aún en las noches más profunda escuchó el estallido de aquel artefacto quete alejó de mi lado...
CRASH
Sumido en la desesperación, en un arrebato rompí la botella contra mi frente provocando que unos hilitos de líquido rojizo inundasen mi semblante. El líquido vital aún parecía mayor combinado con los restos lacrimales de mi sollozo. Quería que el dolor físico apaciguara el dolor que sentía en mi interior, mas no lo logré.
Mis piernas flaquearon, haciéndome caer de rodillas. Estaba cansado y aturdido. Me apoyé sobre la placa conmemorativa apartando un manojo de rosas secas que había. Estaba agotado, cansado de todo aquello. Ya no pediría más explicaciones a la noche, simplemente iba a dejar que su oscuridad me envolviera sobre el sacro sepulcro de mi amada.
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Feliz aniversario, amada mía
Los primeros haces de luz de la mañana esquivaron, con la soltura de un ninja, la persiana abriéndose paso entre sus pequeñas ranuras hasta azotar con violencia mi semblante.
Me va a estallar la cabeza.
El amarillento techo de mi habitación –en mi recuerdo un día fue de color blanco- se acercaba y alejaba mientras la cama parecía moverse lado a lado imitando el movimiento de vaivén de una balsa azotada por las olas. Podía sentir con preocupante perfección como la combinación de sabores de vodka y tabaco, con algún toque de ron, bailaban en mi paladar entremezclándose y luchando por predominar el uno sobre el otro. La sensación en el ambiente –a pesar de despertar completamente desnudo- era cálida, asfixiante. Hacía que por instantes mi mente me transportarse a las ardientes arenas del desierto de Neguev, en Israel, donde había pasado unos meses instruyéndome junto a aquellos lunáticos miembros del Mossad. Sin embargo, todas aquellas sensaciones murieron al sentir el peculiar y embriagador aroma a sexo y mujer que danzaba en la atmósfera y que sacudía con suavidad y delicadeza mi olfato. Influidos por el celuloide norteamericano muchos de mis compañeros no paraban de repetir que no había nada como el olor a napalm por la mañana. Pobres vírgenes que viven aún con sus padres. Para mí, no había nada como el exudado aroma de una buena fémina por la mañana.
Mi mano recorrió lentamente el brazo de la visitante, que reposaba sobre mi pecho, mientras girando mi cabeza a un lado trataba de ver de quién era su dueño. Yacía aún dormitada boca abajo escondiendo su rostro tras la almohada como si de una tímida princesa escapada de algún cuento infantil se tratara. Su largo cabello negro como el carbón la tapaba hasta la altura de sus hombros desnudos. Descendiendo por aquella espalda de tersa piel mi visión únicamente alcanzaba hasta la mitad de sus nalgas a partir de las cuales la sábana cubría todo lo demás. Así me eran escondidos los secretos que más allá se ocultaban y que seguramente me habían sido descubiertos la noche anterior aunque no pudiese recordarlo. Llamó mi atención un pequeño tatuaje de color negro que la joven tenía en la zona lumbar, tenía forma de pequeño tribal y un diminuto corazón grabado en la parte interior. Acaricié con ternura esa parte de su piel provocando un pequeño gemido en la joven quien aún somnolienta parecía continuar sometida ante el poder de Hipnos.
Quise levantarme para ducharme con el fin de disipar de alguna manera aquel terrible dolor de cabeza que tanto me atormentaba. Sin embargo, instintivamente llevé mi mano derecha sobre una pequeña mesilla de caoba que estaba junto a la cama para encenderme uno de aquellos bastoncillos incandescentes de los que acostumbraba a fumar desde primera hora de la mañana. Mis compañeros me decían que el tabaco acabaría llevándome a la tumba, aunque dudaba mucho de ellos, el alcohol y el tipo de vida que llevaba se le adelantarían casi con toda seguridad.
Fumaba el cigarrillo pensando que aquello no iba a ser solución para mitigar mi malestar, pero la mala costumbre actuaba por sí sola. Tumbado con la mano derecha sobre su nuca contemplaba el techo al que dirigía cada bocanada de humo mientras meditaba sobre pintar nuevamente aquella sucia bóveda. Desde que me había mudado no lo había hecho y los constantes pitillos mañaneros lo habían dejado de un color amarillento con tonalidades grisáceas nauseabundo.
Acabada mi conversación con mi vicio, dejé la colilla sobre la mesilla y me levanté cautelosamente tratando de no despertar a la bella dulcinea. Recorrí los cuatros metros que me separaban del baños y encendí la luz. Ésta vibró dos veces antes de iluminarse por completo.
Joder, vaya panorama.
Impasible y cruel, el espejo me devolvía mi reflejo. Me mostraba unos ojos rojizos adornados por dos grandes ojeras que se asociaban con aquel color blanquecino de mi demacrada cara. Sentí que algo en mis pies se movía.
Por un instante el dolor de cabeza me jugó una mala pasada haciendo que mi cuerpo se tambalee hacia atrás, mas no llegué a caer. Escapé rápidamente de aquella visión y entré a la ducha.
Una vez hube acabado salí con una toalla grande que me cubría de cintura para abajo y otra con la que aún me secando el pelo.
Vi como la bella durmiente se había despertado debido al ruido del agua de la ducha y yacía sentada sobre la cama colocándose el sujetador de forma precipitada como si hubiera visto un fantasma. Durante un instante llegué a pensar que huía por culpa mía. No reconocí el aniñado rostro de la muchacha de no más de veinte años, únicamente la recordaba por los pequeños flashes que me iban llegando de la noche anterior. Sea como fuere aquellos ojos verdosos combinado con aquella voluptuosa silueta hacían que mis instintos más primarios volvieran a emerger desde lo más profundo de mi ser.
- - ¿Te vas ya? ¿No vas a darme tiempo a que te traiga el desayuno a la cama? –apostillé con mi más irradiadora sonrisa mientras aún me secaba el pelo.
Aquello provocó que una cálida sonrisa adornase la elegante fachada de la joven antes de perderse tras la escotada camiseta que se estaba colocando.
- - No hace falta que seas cortés conmigo –respondió con un suave tono de voz que era música para mis oídos-, sé que lo que hubo entre nosotros fue algo de una noche, no quiero molestar más.
Si había algo que estimaba y respetaba sobre todas las cosas era la sinceridad. Sinceridad de la que en muchas ocasiones carecía. Y aquella mujer no sólo era sincera sino directa. No pude sino acercarse sonriente y apoyándome con ambos puños sobre la cama besar los dulces labios de mi invitada. No era el único que había bebido esa noche. Al separarme observé con nitidez aquellos ojos: eran de un tamaño grande y simétrico que la hacían realmente bella. Tenían un brillo especial que denotaba inteligencia en su mirada.
- - ¿Por quién me has tomado? He vagado perdido por las oscuras calles de esta ciudad noche tras noche buscando una criatura como tú. Ahora que la ha encontrado no puedes alejarte sin más... por caridad.
La zagala me empujó con ternura separándome unos centímetros de ella.
- - Veo que la galantería de anoche no era fruto del alcohol –espetó mientras tiraba de la toalla que cubría mi cintura hasta retirarla por completo.
Ese era yo. Soy la clase de hombre que si riega las plantas por la noche a la mañana siguiente comprueba su estado.
La joven se apoyó sobre sus propios codos para retroceder y así avanzar del borde de la cama a la parte central de ésta. Con un sensual contoneo e inclinando su cabeza a un lado mientras se mordía el labio inferior contemplaba con ansia el cuerpo de su príncipe. Alzó la mano realizando un claro gesto de invitación con su dedo índice. Definitivamente parecía dispuesta a rendirse nuevamente a mi hospedaje, y otra cosa no, pero anfitrión, soy buen anfitrión.
En cuestión de segundos vimos nuestros cuerpos envueltos en una tempestad de pasión. Arrebatos de delirios retorcían nuestros seres chocando hambrientos uno con otro mientras las sedosas sábanas trataban de entremezclarse en el frenesí de aquel ciclón de lujuria. La sed de deseo en ambos nos volvían meros primates. No había lugar para la conciencia, la moralidad o el remordimiento. En varias ocasiones, por error o morbo, las uñas de la damisela se clavaban en mi espalda; aun así, mi movimiento no se veía interrumpido ni por los arañazos ni por los mordiscos que de vez en cuando padecía. Harto la tomé de las caderas volteándola boca abajo sobre la cama mientras continuaba bombeando con fuerza con el arranque de un astado. Aquello no era sólo sexo, había algo más. Era un arrebato de pasión enfermizo a la par que plácido. Demencial para la ética de muchos, complaciente para aquellas dos infatigables almas cuyo fervor prolongamos durante varios minutos.
Nuevamente quedó dormida, con su rostro oculto apoyado sobre las deshechas sábanas. Me hubiera gustado inmortalidad aquel momento en un lienzo que pudiera transmitir lo que en ese momento sentía, pero aunque hubiera tenido las herramientas hubiera carecido de las habilidades necesarias para hacerlo.
Desde esa posición miré el calendario. Inevitablemente sentí como un nudo se formaba en mi garganta.
Me levanté vistiéndome con premura. Levanté la falsa tapa del armario de los zapatos y cogí la glock 26 que guardaba bajo una toalla. Tras introducir el cargador alimenté el arma con soltura y la guardé dentro de mis vaqueros, en la parte trasera de mi cinturón. Antes de salir tomé del frigorífico una botella de Bacardi que abrí y comencé a engullir de su interior la angustia y exasperación que aquel cristal contenía. Un nuevo nudo apareció en mi estómago. Tragué nuevamente de aquel licor y abandoné del edificio botella en mano.
- - Señor, no puede entrar con alcohol aquí –la anciana voz del vigilante me dio la bienvenida.
Lejos de hacerle caso al pasar junto a él bebí un trago del veneno que había llevado conmigo. No quería provocar, aunque seguramente es lo que estaba haciendo. El alcohol, entremezclado con el calor de una mañana primaveral, ya empezaba a hacer mella en mí.
- -No te preocupes, no pienso derramar ni una gota –mentí con una voz que me sonaba lejana, desconocida para mí.
Encaminé mis pasos de forma inexacta, incapaz ya de andar recto, a través del camino que llevaba a la zona más alejada de aquel camposanto. De reojo contemplé la fotografía de un niño de apenas cuatro o cinco años de edad incrustada en uno de los sepulcros.
Incluso alguien tan pequeño…
La muerte era tan perra como puta era la vida. ¿Qué podía haber vivido un crío de cinco años antes de morir? ¿Qué pudo hacer en vida? ¿Qué buen recuerdo pueden guardar sus padres de él? ¿Recordarán algo más allá del sufrimiento de ver como su hijo les es arrebatado?
Entre cavilaciones y enojo llegué a su tumba. Mi tumba. Nuestra tumba.
- Daniella Freyre.
1985-2010
‹‹ No viví más porque no me dejaron ››
Así rezaba su epitafio. Epitafio que yo mismo escribí dos años atrás cuando me fue arrebatada sin previo aviso. Nos habíamos conocido tres años antes de su fallecimiento en la academia de policía. Yo era un simple aspirante y ella la profesora de psicología más atractica e interesante que había visto nunca. A ella le encantaba que cuando nos veían juntos la gente se confundiera y pensase que yo era mayor que ella; sin embargo, ella tenía dos años más que yo. Antes de presentarnos la perseguía por toda la academia, fingía estudiar en la biblioteca mientras cruzábamos huidizas miradas. En aquel tiempo yo era un pipiolo, no sabía nada de la vida. No había aprendido la lección más valiosa que la vida me iba a dar: vive el hoy como si no hubiera mañana. La estúpida timidez de un hombre impresionado con la divina belleza de una mujer me impedía acércame a aquella diosa de dorados cabellos. Así estuvimos durante un par de meses hasta que por fin ella se acercó a mí. No sé porque lo hizo, nunca lo entenderé. Tenía a toda la academia detrás de ella y sin embargo se fijó en mí; un pobre estúpido inseguro cuyo retraimiento impedía sostenerle la mirada más de dos segundos. Ella sonreía cuando me pasaba eso; era una sonrisa angelical. Y así la conocí. Así secuestró mi corazón y se lo llevó, primero en vida y ahora en muerte.
- - Feliz aniversario, amada mía –susurré mientras levantaba la botella brindando.
Escancié parte de la bebida sobre la tumba y bebí un largo trago. Mis lágrimas se entremezclaban con el líquido del ron mientras aquellos recuerdos golpeaban con fuerza mi memoria.
Hiciste que conociera la felicidad. Era lo único que sentía cada vez que estaba contigo. El tiempo se detenida a tu lado. No había en la noche estrella más bella...lo tenías todo, mi bella amada. Un atractivo sin igual, incapaz de nivelar tu inteligencia y sentido común. El aroma de tu piel por la mañana era mi bálsamo para enfrentar un nuevo día de peligros. Aun cuando las balas volaban por el aire sólo podía escuchar el cálido tono de tu voz susurrándome al oído que viviera, que hiciera lo que hiciera, sobreviviera. Me decías que la suerte no se había olvidado de mí. Me hacías prometer que ordenaran lo que me ordenaran, y estuviera en el zulo que estuviera, buscara la luz que me guiara nuevamente a ti. Y así lo hice, hasta que me abandonaste. Me arrebataron tu sonrisa, el aroma de tu cabello, el tacto de tu boca jugando conmigo... me lo arrebataron todo. Aquella bomba lapa debajo de mi coche era para mí, no para ti, amada mía. Aún en las noches más profunda escuchó el estallido de aquel artefacto quete alejó de mi lado...
- - Me la arrebataron...
CRASH
Sumido en la desesperación, en un arrebato rompí la botella contra mi frente provocando que unos hilitos de líquido rojizo inundasen mi semblante. El líquido vital aún parecía mayor combinado con los restos lacrimales de mi sollozo. Quería que el dolor físico apaciguara el dolor que sentía en mi interior, mas no lo logré.
Mis piernas flaquearon, haciéndome caer de rodillas. Estaba cansado y aturdido. Me apoyé sobre la placa conmemorativa apartando un manojo de rosas secas que había. Estaba agotado, cansado de todo aquello. Ya no pediría más explicaciones a la noche, simplemente iba a dejar que su oscuridad me envolviera sobre el sacro sepulcro de mi amada.
Última edición por Shaka el Lun Jun 04, 2012 12:23 am, editado 9 veces