El dios Tláloc (era representado como un hombre que usaba una red de nubes una corona de plumas de herón, sandalias de espuma y cargaba cascabeles que hacían el trueno ), "El que hace brotar", era el agua divinizada y fecundador de la tierra, que residía en las más altas montañas donde se forman las nubes. Era una deidad benéfica que tenía también su lado negativo al enviar rayos, heladas, inundaciones y granizo, todo lo cual podía destruir las cosechas, era el dios de la lluvia y del relámpago entre los aztecas.
El dios de la lluvia fue representado en pinturas murales (por ejemplo en Teotihuacan, en esculturas, en bajorrelieves y en códices) de la siguiente forma.
Los círculos alrededor de los ojos y los grandes colmillos constituyen rasgos característicos de Tláloc. A partir del estudio de una estatua que se conserva en la colección Uhde en Berlín, Eduard Seler (1963) demostró que esos motivos se originaron a partir de dos serpientes enroscadas (que formaron los círculos de los ojos, cuyas fauces encontradas crearon su boca).
En los códices, su cuerpo está pintado de negro, de amarillo o de verde, lleva atavíos de papel salpicado de hule y su tocado se compone de ojos estelares, así como de plumas de quetzal y de garza. Tláloc ostenta muchos atavíos de jade –del cual se decía que era “el cuerpo de los tlaloque”–, símbolo del agua, como orejeras, collar, y también lleva un pectoral de oro. Entre los elementos que carga el dios destaca un palo asemejando la forma de una serpiente (a menudo pintado de azul, que representa al rayo).
Sus fiestas principales se celebraban en los meses Atemoztli, Atlcahualo, Tozoztontli, Etzalcualiztli y Tepeilhuitl, y su más importante lugar de adoración, se ubicaba en el templo mayor de Tenochtitlán, al lado de Huitzilopochtli; su culto era muy importante ya que de él dependía el sustento de las sociedades agrícolas y se remonta hasta la cultura Olmeca de la Venta. Entre los Mayas se le llamaba “Chac”, entre los Zapotecos “Cocijo” y entre los Totonacos “Tajín”.
Según el Códice Aubin, un relato en lengua náhuatl del siglo XVI, después de la aparición portentosa del águila sobre el nopal que señaló ante los Aztecas el sitio de la fundación de Tenochtitlan, un sacerdote llamado Axolohua fue sumergido en la laguna.
Al día siguiente Axolohua volvió a aparecer y contó lo siguiente: “Fui a ver a Tláloc, porque me llamó, dijo: Ha llegado mi hijo Huitzilopochtli, pues aquí será su casa. Pues él la dedicará porque aquí viviremos unidos sobre la tierra”. De esta manera Tláloc, una de las deidades más antiguas de Mesoamérica, recibió a “su hijo” Huitzilopochtli, dios joven de los Aztecas recién llegados y anunció que ambos compartirían el dominio sobre la nueva capital.
Aquí y en otros contextos como la caída de Tollan, Tláloc actúa como una deidad que otorga “el valor, el mando”, es decir, el poder, una función del dios de la lluvia que ha sido destacada. Por lo anterior, el templo mayor de Tenochtitlan estaría compuesto por una gran pirámide doble, con dos “capillas” en su cúspide: una del lado sur, dedicada a Huitzilopochtli, y otra del lado norte, dedicada a Tláloc.
Con toda seguridad Tláloc es las deidad más representada de las encontradas hasta ahora en el Templo Mayor. Por su carácter acuático, a esta deidad se le asociaban diversos objetos como son: representaciones de remolinos de agua y rayos; caracoles, conchas, corales, peces y ranas, infinidad de jarras de piedra con su efigie, entre otros, muchos de los cuales provenían de diversas regiones tributarias.
Cabe aclarar que Mexicas y Aztecas son la misma cultura, sin embargo al fundar y establecerse en Tenochtitlan cambiaron su nombre por Mexicas en honor a su dios Huitzilopochtli (también conocido como Mexi).