1 Soy un incondicional del género del Oeste (más concretamente del spaghetti western).
2 Soy un incondicional de Tarantino.
Cuando ambas cosas han formado dicha unión, esto ha hecho que este servidor haya sido feliz por unas horas.
Pero es que dejando esto de lado, tratando de ser objetivo, con Django nos topamos con una de esas maravillas del cine cuya calidad es notoria para cualquiera, fan o no fan de los puntos 1 y 2 que antes expuse.
Si hablamos de la filmografía de Tarantino, cuyo sello particular ya todos conocemos, diré que hasta la fecha solo dos las considero verdaderas obras maestras, o lo que es lo mismo, de puntuación 10, y son: Pulp Fiction y la obra Kill Bill partida en dos películas.
Esta es la tercera.
Las 3, de diferentes cortes y universos, están al mismo nivel.
Django es sin duda una de las sorpresas de este principio de año, y dudo que en mucho tiempo, pues visto lo visto, en la era de las grandes producciones donde la gran apuesta suele ser la historia al servicio de los efectos especiales y no al revés, ésta es sin duda una de esas historias que, aunque no es precisamente compleja sino más bien todo lo contrario, es en el cómo está contada donde este maestro del cine logra conseguir que cerca de 3 horas pasen volando en un despliegue de disfrute insospechado.
Es más, tenía mis serias dudas, pues al ser un género tan valorado por mí, temía que lo profanara con gilipolleces. No solo no ha sido así, sino que me ha convencido de su nuevo western, más natural, más creible, más crudo, en definitiva, más Tarantino.
Donde antes fracasó (al menos para mi gusto), pues su última obra me dejó bastante indiferente (Malditos bastardos), aquí este genio vuelve a alzarse como el gran contador de historias que es. Y, reflexionando, me doy cuenta de que los mejores narradores son siempre los máximos fans de algo (como podría ser Peter Jackson con su Tierra Media), o Tarantino por su pasión incondicional por el cine asiático de acción al puro estilo John Woo, el manga, el spaghetti western de Sergio Leone, el cine de corte mafioso en plan Scorsese, el cine gore de serie B, las producciones alemanas o qué sé yo, viejas reminiscencias muy de culto de los años 70, 80 o 90... Solo gente así es capaz de crear buenas historias y ensamblarlas a base de guiños, conjugando pasiones de adolescencia.
Antes de profundizar en la película, quiero hacer una mención especial a la BSO, que me ha cautivado.
Algunas de sus canciones son la puta hostia. Sobre todo las puramente Morriconianas, esas donde el bueno de nuestro héroe monta a caballo sobre la planicie de una llanura de postal, y el cabrón de Quentin se recrea con ciertos planos a cámara lenta, en los primeros planos de rostros rígidos o en una mano acariciando un revolver dentro de su funda.
Para mí, a excepción de un par de canciones modernitas, que me chirrían un poco para la época en la que se desarrolla la historia, consigue una ambientación musical solo equiparable a la de Kill Bill.
Por cierto, la canción del final, ésa en la que la imagen última se funde con los créditos, es la canción inicial de la película Le llamaban Trinidad, pedazo de tema clásico (apunte friki). Pero ya digo, tanto los clásicos como las nuevas creaciones, genial. Ya estoy tardando en bajármela de algún sitio para mi MP3.
Si la recreación de ese salvaje oeste es creible, la interpretación de los personajes ayuda bastante a que ello sea posible.
Christoph Waltz es esa especie de hilo conductor de la historia, a través de él todo da comienzo. Actorazo increible, encarnado esta vez de cazarrecompensas alemán, hace que todo resulte fluido a través de sus elucuentes diálogos (en algunos casos casi discursos), diríamos que el personaje que más sentido común derrocha, el más juicioso o de cabeza más fría. Seguramente será el que se lleve el oscar al mejor actor secundario, pues su actuación es magistral, pero esto no es ninguna sorpresa, es a lo que nos viene teniéndonos acostumbrados.
La gran sorpresa para mí ha venido de los otros actores.
Y no hablo de nuestro vengador protagonista, cuya transición es notoria pasando de joven apasionado e impulsivo a leyenda del oeste, convirtiéndose en alguien frío y disciplinado. Aunque cualquiera siente empatía por su personaje, pues es el eje de la historia, es un personaje más bien plano o prototípico.
No, hablo de DiCaprio.
Para mí una de las grandes sorpresas. Su interpretación es colosal. De repente se mete en la piel de este hombre repulsivo, mézquino pero con clase, sin perder las formas, y viéndole hace que me olvide de todos los DiCaprios vistos hasta la fecha (muy suyos, pues siempre me parecía ver al mismo personaje). Esto sin duda es obra también del director (pues ya nos regaló a un Travolta sensacional en su día al que hasta ese momento no habíamos conocido, no sé, tiene ese don de transformar a la gente y sacarlas de sus clichés), y debo decir que es el DiCaprio que más me ha gustado hasta la fecha, y uno de los mejores villanos que he visto.
Luego quiero hacer una mención especial también a Samuel L. Jackson, cuyo personaje es algo a lo que nunca hasta ahora nos tenía acostumbrados. Y la madre que parió al jodio negro, lo borda. Lo borda coño. Se mete en la piel de ese esclavo usurero cuyos años han convertido en ese que ven, un viejo terco, desconfiado y sin compasión, que enriquece a la historia muchísimo.
Me reí a carcajadas en ese escena en la que dice:
-¡Aparta ese culo gordo de ahí! -cuando pasa a la vera de una sirvienta en la cocina.
-Pues bien que te gusta -replica ésta.
-Sí... -responde medio riéndose-, tú ya sabes lo que me gusta, negra.
Luego el guión es la polla. Se nota que es el maestro el que está detrás.
Diálogos delirantes y tronchantes al más puro estilo Tarantino (como el de los encapuchados del cucus clan, el de la bienvenida en la hacienda de ese Don Johnson trajeado, o tantos otros). Sin duda alguna la película de Tarantino con más humor.
Pero dejando el humor a un lado y centrándome en la intensidad argumental, la escena de DiCaprio en su particular clase de antropología y psicología humana con ese cráneo en la mano, es para mí de las mejores partes.
Memorable.
Luego está la consabida violencia propia de Tarantino.
Como siempre equilibrada, en su justa medida, sin excederse. Es decir, la larga sucesión de acontecimientos más o menos circunstanciales, lo normal en cualquier historia, hasta llegar al obligado baño de sangre, servido en bandeja de plata de forma totalmente justificada, cuando la suerte del prota lo ha hecho pasar por todo tipo de calamidades, consiguiendo ese efecto tan llevado a la práctica de alcanzar el punto álgido a través de una buena carnicería, y además haciendo que, ya convertidos en cómplices, disfrutemos de lo lindo con cada descarga de sufrimiento.
Hasta ahí todo normal.
Sin embargo, en algunas partes el nivel de violencia alzcanza cotas imprevisibles incluso para este cinéfilo veterano. Cuando creíamos haberlo visto todo, va Tarantino y siempre se supera.
No sé ustedes, pero para mí la escena de los perros merendándose a un negro... En fin, ya está todo dicho. Es explícita de cojones.
Resumiendo, una de estas contadas perlas que el cine tiene a regalarnos, a darnos un capricho casi anecdótico, una delicatessen que gustará tanto a fans como a cinéfilos consumados o público popular en general. La clásica obra que perdura en el tiempo, trascendiendo por encima de muchas otras. Ya digo, para mí, la tercera muesca de oro en el cinturón de Tarantino, que vuelve a superarse y, homenajeando viejas glorias, a deleitarnos con buen cine, algo tan de extrañar en estos días que corren.
(Red Dead Redemption ... Te quiero)