Mi vida se está volviendo últimamente más surrealista que nada, así que no podían ser diferentes los sueños que me atormentan en mitad de la noche. Aquí subo un sueño de ayer, la forma de escribirlo es algo surrealistas, pues todos los sueños lo son, así que me disculpo desde ya si no se entiende nada. Y si hay algún amante de la literatura surrealista sé que este texto no lo es pues a pesar de nacer del surrealismo al final lo he escrito con una coherencia que escapa de las características de la literatura surrealista.
Y sí, me he dado cuenta que siempre antes de compartir algo me disculpo por la mierda que voy a compartir. No es por ser pesado, pero amo demasiado la literatura del ser humano como para no disculparme por vomitar a diario sobre ella.
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Sueño onírico
Lúgubre y oscuro, el firmamento pronto se ve iluminado por la caída de ángeles que bailan en su descenso junto a flechas doradas. Bárbara la ciudad del sol en cuya plaza un pavoroso estruendo resuena. Tres afiladas espadas blandidas por cinco reyes cabalgan ante los ojos del caído. Guerra forjada por déspotas y humanos. Sangre sobre una ciudad tomada donde los vientos del norte anuncian lo que está por llegar. Cuatro jinetes escupen veneno sobre el agua. La tierra como lava se hunde a mis pies. El calor frío del sol me recuerda al gélido ardor de la luna traicionera. La segunda llegada está cerca, en mi trono de papel espero. Turbado siento la blanca arcilla de la roca de mi corona. Son espinas plateadas. Plasma de vida lo que gotea desde mi sien. Espero escuchar las trompetas del tiempo venidero, que los sellos se desaten y la muerte acaricie con suavidad mi ser. Nada ocurre. Nada oigo. Abro los ojos. La veo… la pierdo. Un rayo cae ínfimo sobre mi condenado imperio. Un pájaro dorado cruza frente a mí perseguido por un joven león sin garras ni dientes. Mi atuendo cae. Igual mi corona. Siento algo tomar mi cintura.
Blasón plateado sobre su frente, pero me confunde. Mi reina. Pienso. Equívoco en sacrifico. No es soberana en mí, de leyes vanas, es mi querida felatriz. Lengua bífida y labios en barrena acarician mi existencia. Abro mis ojos y veo Oriente. Apoyado sobre uno de los bancos de esa Iglesia romana. Mi ensangrentada mano retira su cabello. Luego lo arranca. Tiene cara de virgen antigua. No me mira, es de las buenas. Dejo que haga aquello para lo que nació. Esas vitrinas pintadas en la mismísima Babilonia evacúan sobre mí curiosidad. Llévenme en lujurioso pecado, exiliado del infierno. Analizo aquellas siluetas de vírgenes y apóstoles, rostros de tristeza y pena: alegría y júbilo en el mio. Sonrío. Lo hago hasta que un Cristo crucificado juicioso ve a través de mis demoniaca mirada. La batalla final llegó. El bien y el mal. Los que han de caer y los que han de triunfar. Retira sus clavos y caen flores. Baja de su cruz caminando hacia mí. Anda como sólo un Dios inmortal puede andar, allá va…
Degeneración y lujuria en la casa de Dios. Tórrida la ráfaga de candente aire abriendo la puerta del santo lugar. Toneladas de arena sobre mi tez. Mis manos me protegen, o quieren hacerlo. El corcel negro sobre el que cabalgo va muy rápido. La espada que asgo sobre mi mano izquierda pesa demasiado para un hombre manco. La túnica, bruna y negrecida por el paso de los siglos, cubre mi semblante vuelto calavera. Escupo fuego cuando toso. Lágrimas de sangre cuando lloro. Aquel templo arde y con él sus imágenes, sus vírgenes y su falso mesías. Heroica muerte del monje y vetusto su fama por lengua.
Despierto. Entonces veo. El reflejo del espejo alumbrado por una vela: nueve, uno, nueve. Número invertidos por una imagen en negativo. Seis, uno, seis. Sonrío y me vuelvo a recostar. Tiempo largo el que en el cielo será visto un gris pájaro. El verdadero despertar pronto llegará para a este mundo poner su final.
Y sí, me he dado cuenta que siempre antes de compartir algo me disculpo por la mierda que voy a compartir. No es por ser pesado, pero amo demasiado la literatura del ser humano como para no disculparme por vomitar a diario sobre ella.
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Sueño onírico
Lúgubre y oscuro, el firmamento pronto se ve iluminado por la caída de ángeles que bailan en su descenso junto a flechas doradas. Bárbara la ciudad del sol en cuya plaza un pavoroso estruendo resuena. Tres afiladas espadas blandidas por cinco reyes cabalgan ante los ojos del caído. Guerra forjada por déspotas y humanos. Sangre sobre una ciudad tomada donde los vientos del norte anuncian lo que está por llegar. Cuatro jinetes escupen veneno sobre el agua. La tierra como lava se hunde a mis pies. El calor frío del sol me recuerda al gélido ardor de la luna traicionera. La segunda llegada está cerca, en mi trono de papel espero. Turbado siento la blanca arcilla de la roca de mi corona. Son espinas plateadas. Plasma de vida lo que gotea desde mi sien. Espero escuchar las trompetas del tiempo venidero, que los sellos se desaten y la muerte acaricie con suavidad mi ser. Nada ocurre. Nada oigo. Abro los ojos. La veo… la pierdo. Un rayo cae ínfimo sobre mi condenado imperio. Un pájaro dorado cruza frente a mí perseguido por un joven león sin garras ni dientes. Mi atuendo cae. Igual mi corona. Siento algo tomar mi cintura.
Blasón plateado sobre su frente, pero me confunde. Mi reina. Pienso. Equívoco en sacrifico. No es soberana en mí, de leyes vanas, es mi querida felatriz. Lengua bífida y labios en barrena acarician mi existencia. Abro mis ojos y veo Oriente. Apoyado sobre uno de los bancos de esa Iglesia romana. Mi ensangrentada mano retira su cabello. Luego lo arranca. Tiene cara de virgen antigua. No me mira, es de las buenas. Dejo que haga aquello para lo que nació. Esas vitrinas pintadas en la mismísima Babilonia evacúan sobre mí curiosidad. Llévenme en lujurioso pecado, exiliado del infierno. Analizo aquellas siluetas de vírgenes y apóstoles, rostros de tristeza y pena: alegría y júbilo en el mio. Sonrío. Lo hago hasta que un Cristo crucificado juicioso ve a través de mis demoniaca mirada. La batalla final llegó. El bien y el mal. Los que han de caer y los que han de triunfar. Retira sus clavos y caen flores. Baja de su cruz caminando hacia mí. Anda como sólo un Dios inmortal puede andar, allá va…
- - ¡No me jodas! ¡Hijo mio! Yo muriendo en la cruz por vosotros y tú, así… -señala la doncella del bosque secreto. En un mundo aparte ella sigue a lo suyo. Alzo mis brazos en gesto de “qué me cuentas” imitando un sacerdote antes de dar la comunión.
- Critica al juego, no al jugador, bro –respondo con devoción. Tapo con mi ausente mano sus ojos, con la otra llevo una botella de veneno a mi paladar.
Degeneración y lujuria en la casa de Dios. Tórrida la ráfaga de candente aire abriendo la puerta del santo lugar. Toneladas de arena sobre mi tez. Mis manos me protegen, o quieren hacerlo. El corcel negro sobre el que cabalgo va muy rápido. La espada que asgo sobre mi mano izquierda pesa demasiado para un hombre manco. La túnica, bruna y negrecida por el paso de los siglos, cubre mi semblante vuelto calavera. Escupo fuego cuando toso. Lágrimas de sangre cuando lloro. Aquel templo arde y con él sus imágenes, sus vírgenes y su falso mesías. Heroica muerte del monje y vetusto su fama por lengua.
Despierto. Entonces veo. El reflejo del espejo alumbrado por una vela: nueve, uno, nueve. Número invertidos por una imagen en negativo. Seis, uno, seis. Sonrío y me vuelvo a recostar. Tiempo largo el que en el cielo será visto un gris pájaro. El verdadero despertar pronto llegará para a este mundo poner su final.