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Puerto de eternautas


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    El Pacto

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    Mensaje por Invitado Dom Nov 24, 2013 1:46 pm


    - El Pacto -
    _________________________________________________
     
    Vaya mierda de día, pensó.
     
    El cielo había amanecido gris y el sollozo de las nubes no dejaba de difuminar el reflejo que trataba de localizar sobre el encharcado pavimento. Alguien golpeó su hombro sacándole de la inopia. Cuando se giró para tratar de distinguir algo entre el tumulto de gente que bajo sus paraguas inundaban la calle, otra persona topó con su otro hombro. No recibió una disculpa, tampoco la esperaba. Decidió continuar avanzando bajo aquella fría lluvia que le hundía aún más en su recuerdo, en su pesar. Aunque estaba cercado de gente, pues paseaba acorralado por una concurrencia que parecía seguir su paso, nunca se había sentido tan solo como en aquel momento. Los dispositivos electrónicos a los que los dedos de la gente estaban cosidos tenían compañía; la publicidad de las marquesinas tenían leal compañía; incluso los escaparates de la vía mantenían sus incondicionales; pero él no. Él estaba solo. Se había convertido en un errante, un nómada exiliado de una patria que nunca consideró su hogar. 
     
    El mundo, su mundo, se había vuelto loco.
     
    Los perros habían dejado de ladrar y habían aprendido a maullar. Mientras el diablo caminaba entre ellos escupiendo diatribas sobre las maravillas del paraíso celestial, los ángeles eran señalados como impíos por negarse a aceptar sus mentiras. Era increíble, pero cierto. Las víctimas eran punto de mira de toda crítica, de todo juicio. Glotones con el morro lleno de tarta hablaban sobre la necesidad de llevar una dieta equilibrada; analfabetos enseñaban con jactancia el abecé; quienes no habían visto el mar explicaban el aroma del agua salada; y psicópatas asesinos imploraban paz con mensajes de tolerancia y respeto. Ya no bastaba con sentir su latigazos de azufre sino que encima les obligaban a besar las manos ensangrentadas de los captores que mediante falacias buscaban ganar la sumisión de aquella sociedad; llevada a la más profunda decadencia, de la que esta vez no habría retorno. Olvida y perdona, rezaban. Y bastardos que no tienen qué olvidar ni qué perdonar se unían en fraternidad a su perorata. Aquella amnistía moral le producía aversión. Cuántas noches, en cuántos vasos de whisky vacíos, había soñado con despertar, libre de toda racionalidad, y dar rienda suelta a su ira. En sus anhelos llenaba la tierra de fuego, teñía de sangre los ríos y hacía explotar las estrellas del cielo. Terrorismo deontológico. Deseaba cargarse a todo hijo de puta que osase compartir aire con él… pero no lo hacía.

    Había hecho un pacto.
    Y no a cualquiera.
    Se lo había prometido a ella.
     
    Y no había compromiso más sagrado que el que se hace a una persona muerta.
     
    Se detuvo frente a la taberna para observar el esbozo de la entrada. Aunque era una atezada águila oteando la siniestra sobre un fondo áureo, sus ojos sólo podían ver una bífida sierpe blanca envolviendo su escamado cuerpo sobre un hacha. Entró, y sin hablar con nadie –rutina idéntica de los últimos años- encaminó sus pasos hasta el servicio de caballeros. Usó el seguro para atrancar la puerta, dejó la mochila que llevaba sobre el lavabo y se lavó las manos en el aseo. Se tomó su tiempo. Primero fue un segundo, luego un minuto.
     
    Se miró al espejo y sonrió.
    Su cara era la de un dios.
     
    Abrió la mochila y de ella sacó una pistola que guardó en la parte trasera de su cinturón. Acto seguido, extrajo dos subfusiles automáticos con un cargador de cincuenta balas en cada uno. Aquella preciosidad era capaz de lanzar seiscientos disparos en un minuto, lástima no tener más dianas humanas. Desatrancó la puerta del baño y salió con las dos Uzis, una en cada mano.
     
    Si en un estrado le preguntasen no sabría contestar si había empezado por la izquierda o por la derecha. Él se limitó a avanzar, con paso firme y lento, seguro de sí mismo, hasta la puerta. Lo hacía con ambos brazos estirados y los dedos índices apretando el disparador, lanzando ráfagas automáticas. Uno, dos, quince, treinta,… los estallidos se sucedían y las descargas traían consigo gritos desesperados. Gritos de hombres, gritos de mujeres. Observó cómo uno de esos animales, que estaba en la esquina, trataba de sacar su arma, dirigió el cañón de la justicia hacia él dedicándole seis impactos consecutivos. Su rostro se desfiguró, los agujeros de entrada eran grandes, pero los de salida lo eran aún más. La sangre gobernó aquella tierra dividida, aquel campo de belcebú.
     
    Apenas dos metros antes de llegar a la puerta los cargadores se vaciaron. Arrojó las armas al suelo y asió la nueve milímetros que llevaba en la cintura. Buscó, con mirada tranquila, si quedaba alguien con vida. Escuchó el llanto de un bebé. Miró hacia una de las mesas y vio a una mujer sanguinolenta que aún respiraba, junto a ella había un carrito de bebé.
     
    Disparó a la nuca de la mujer rematándola. Repitió el mismo gesto con todos y cada uno de los presentes.
     
    Eran doce en total, entre ellos reconoció a tres exconvictos y dos concejales. Una vez hubo acabado, dejó caer la pistola y fue hacia el carrito de bebé. Era un rorro de unos cinco meses, lo sacó del auto. Comprobó que éste no tenía heridas de bala; la buena suerte que le faltó al nacer en el seno de aquella familia maldita, la tuvo durante el juicio de sangre. El plasma aún caliente de su madre teñía su semblante.

      - Ea, ea ya pasó –susurró acunándolo contra su pecho.

    Cuando dejó de llorar lo separó para verle. Juicio e inquina anegaban su mirada.

      - No me mires así, pequeño. Todas las lágrimas que tú ahora viertas, yo ya las he vertido.

    Salió de la taberna con el niño en brazos. El cielo continuaba siendo gris y las gotas de agua seguían cayendo, pero ya no le parecieron tan frías y pesadas. Ya no dolían. Cerró los ojos alzando la frente para dejar que aquel aguacero cubriese su ser y el del pequeño. Eran lágrimas etéreas, liberadoras. Tenían fuerza suficiente para exculpar el más mortal de los pecados. Definitivamente, hay que saber olvidar y perdonar.
     
    Va a ser un buen día, pensó.
     
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    Mensaje por Ato Lun Nov 25, 2013 5:32 am

    El principio no me gusto tanto, como tanto me gusto el final
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    Mensaje por Abraxas Lun Nov 25, 2013 7:25 am

    Está muy bueno Shaka XD, me lo leí de un tirón. Excelente relato corto. No se si hiciste el principio asi ex profeso, pero queda bien, desde el rebuscamiento de las frases iniciales el relato se hace más claro y trepidante, parece que va de la mano de la condición del protagonista. Me encantó.

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