Estoy harto de escuchar como todo tiempo pasado fue mejor y que ya no se hace literatura como la que se hacía antes.
El Siglo de las Luces, el Siglo de Oro, los llantos ante la sobrevalorada obra de "El Qujote" cuya lectura hacen todos los años en honor a la literatura, etc... no se puede dudar que fueron tiempos buenos, pero no dejó de ser el principio de algo, el origen de algo que hoy se ha convertido en algo tan grande que a algunos les cuesta ver.
Cada día leo artículos en la red escritos por anónimos cuya pluma no tiene nada que envidiar a la de Rafael Alberti.
Leo comentarios sagaces en Twitter que provocan enfrentarmientos entre dos personas anónimas que se baten en cruendas batallas con versos y prosa cual Quevedos y Góngoras.
Me encuentro con fan fics sobre mangas cuyo guión pudiera haber sido escrito por el propio Federico García Lorca.
Leo novelas de autores poco conocidos -autores que pagan por ver sus obras sobre el papel- que me hacen vibrar más allá que cualquier Don Quijote cervantino.
Nos rodean, están en todas partes.
Vivimos en un siglo con más luces que nunca, más dorado que lo fue ningún otro. Y quizás futuras generaciones sólo hablen de Jose Saramagos, Antonio Galas, Ken Follets, Arturo Pérez Revertes, Carlos Luis Zafrónes, Isabel Allendes, John Grishams o Stephanie Meyers ( ). Pero estoy seguro que, en siglos venideros, hablarán del final de siglo XX y principios del siglo XXI como El Siglo de la Red. Un siglo en el que, mejor o peor, todos eran libres de escribir y en algún rincón sentirse protagonistas. Un siglo en el que mentes brillantes escribían con libertad, creaban y reinventaban lo que parecía imposible de volver a inventar. Un siglo en el que, aunque el 99,99% de la literatura fue anónima, todo el mundo tenía acceso a la Biblioteca de Alejandría. No sólo para acceder al conocimiento del mundo, sino también para dejar en ella su grano de arena.
Disfrutemos la época en la que vivimos. Creo que todos alguna vez soñamos con haber nacido en las parisinas calles del Siglo de las Luces y haber discutido junto a Voltaire y Montesquieu sobre la razón y el rumbo al que tenía que girar el sistema. Todos hemos soñado con emborracharnos en una madrileña taberna del Siglo de Oro junto a Quevedo mientras a golpe de coplas azotamos a Góngora y sus culteranistas seguidores. Sin duda hubiera sido genial, pero no olvidimos de la gran época que vivimos. Dura en muchos aspectos, pero única en tantos otros.
El Siglo de las Luces, el Siglo de Oro, los llantos ante la sobrevalorada obra de "El Qujote" cuya lectura hacen todos los años en honor a la literatura, etc... no se puede dudar que fueron tiempos buenos, pero no dejó de ser el principio de algo, el origen de algo que hoy se ha convertido en algo tan grande que a algunos les cuesta ver.
Cada día leo artículos en la red escritos por anónimos cuya pluma no tiene nada que envidiar a la de Rafael Alberti.
Leo comentarios sagaces en Twitter que provocan enfrentarmientos entre dos personas anónimas que se baten en cruendas batallas con versos y prosa cual Quevedos y Góngoras.
Me encuentro con fan fics sobre mangas cuyo guión pudiera haber sido escrito por el propio Federico García Lorca.
Leo novelas de autores poco conocidos -autores que pagan por ver sus obras sobre el papel- que me hacen vibrar más allá que cualquier Don Quijote cervantino.
Nos rodean, están en todas partes.
Vivimos en un siglo con más luces que nunca, más dorado que lo fue ningún otro. Y quizás futuras generaciones sólo hablen de Jose Saramagos, Antonio Galas, Ken Follets, Arturo Pérez Revertes, Carlos Luis Zafrónes, Isabel Allendes, John Grishams o Stephanie Meyers ( ). Pero estoy seguro que, en siglos venideros, hablarán del final de siglo XX y principios del siglo XXI como El Siglo de la Red. Un siglo en el que, mejor o peor, todos eran libres de escribir y en algún rincón sentirse protagonistas. Un siglo en el que mentes brillantes escribían con libertad, creaban y reinventaban lo que parecía imposible de volver a inventar. Un siglo en el que, aunque el 99,99% de la literatura fue anónima, todo el mundo tenía acceso a la Biblioteca de Alejandría. No sólo para acceder al conocimiento del mundo, sino también para dejar en ella su grano de arena.
Disfrutemos la época en la que vivimos. Creo que todos alguna vez soñamos con haber nacido en las parisinas calles del Siglo de las Luces y haber discutido junto a Voltaire y Montesquieu sobre la razón y el rumbo al que tenía que girar el sistema. Todos hemos soñado con emborracharnos en una madrileña taberna del Siglo de Oro junto a Quevedo mientras a golpe de coplas azotamos a Góngora y sus culteranistas seguidores. Sin duda hubiera sido genial, pero no olvidimos de la gran época que vivimos. Dura en muchos aspectos, pero única en tantos otros.