Junto a la orilla de un lago de tranquilas corrientes e incógnito nombre, nadie se lo puso, no lo necesitaba. Caminaban entonces un discípulo y su maestro, paso tranquilo pero constante; desde la hora del almuerzo hasta la caída del crepúsculo llevaban ambos gozando las maravillas de la Creación.
-Maestro, me habeis enseñado a amar cada cosa que Dios pone ante nosotros como a un hermano, pero ese hermano no siempre devuelve lo recibido con el mismo afecto, y temo que pueda marchitarse este don que tengo con cada marchita flor que riego con esmero y pasión, no todas las flores absorben el agua y en consecuencia mueren sin devolver el aroma que son capaces de dar, ¡¿Como puedo mantenerme en este estado de gozo sin dejarme marchitar yo mismo?!
-Cada estrella del firmamento te cede su luz aunque esta ya no exista, y cada vez que la miras no ves una estrella muerta, ves un fulgor resplandeciente, y cada vez que lo haces esa estrella vive.
-Maestro, me habeis enseñado a amar cada cosa que Dios pone ante nosotros como a un hermano, pero ese hermano no siempre devuelve lo recibido con el mismo afecto, y temo que pueda marchitarse este don que tengo con cada marchita flor que riego con esmero y pasión, no todas las flores absorben el agua y en consecuencia mueren sin devolver el aroma que son capaces de dar, ¡¿Como puedo mantenerme en este estado de gozo sin dejarme marchitar yo mismo?!
-Cada estrella del firmamento te cede su luz aunque esta ya no exista, y cada vez que la miras no ves una estrella muerta, ves un fulgor resplandeciente, y cada vez que lo haces esa estrella vive.