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Puerto de eternautas


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    Clive Barker

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    Mensaje por Ray Mar Abr 16, 2013 10:49 am

    Os traigo señores un regalo.
    O dos, mejor dicho.
    Para quienes no lo conozcan, les meteré el venenito con dos de su cuentos cortos extraidos de su colección "Desfile infernal". Créanme, son un regalo porque esta colección no se adquiere en tiendas, podríamos decir que son inéditos y puede que jamás salgan a la luz para una librería. Solo pude hacerme con estos dos, el resto... Mmm, qué más quisiera tener acceso a esas otras joyas.
    Sin más dilación, les dejo con la lectura...





    «He visto el futuro del terror y su nombre es Clive Barker» - Stephen King

    «Hay otros mundos, pero están en este. Tal es la primera enseñanza que se desprende de la obra de Barker» - Qué Leer

    «El trabajo de Barker hace que parezca que los demás llevamos dormidos los últimos diez años» - Stephen King


    CLIVE BARKER



    DESFILE INFERNAL




    1. El Golem Elijah.

    2. El Sabbaticus.



    I


    El Golem Elijah


    Luis escuchó la voz de su padre gritándole, pero no se dio vuelta para obedecer sus órdenes y siguió alejándose del tugurio donde vivía en dirección a las viejas calderas. Hace años que el frío se apoderó de ellas, desde que Luis era un niño. Pero las montañas de cenizas que produjeron con el correr de los muchos años de incansable rugir todavía lo cubrían todo.
    Todo lo que había en cien millas a la redonda estaba contaminado. El viento llevaba las cenizas al vecindario y la depositaba en los alimentos que la gente comía, en sus ojos y en sus camas. A sus excrementos los teñía de gris. Gris les quedaba la piel, ¡y hasta lo blanco del ojo de gris lo pintaba!
    Luis odiaba las cenizas, pero no tanto como odiaba a su familia. A ellos los odiaba con toda la fuerza de su corazón. Su padre, su madre, sus dos hermanas y su hermano mayor: todos eran sus enemigos.
    “Ojalá se mueran, ojalá se mueran todos…”, decía para sí mientras marchaba penosamente hacia las calderas. Cada paso que daba levanta una nube de polvo. Mientras más se acercaba a las calderas, más polvo levantaba. Pero no le importaba. Sabía que mientras más se alejaba de su familia, más feliz se sentiría.
    Pronto caería la noche y, con ella, el frío. La fogata que vio en la oscuridad que tenía por delante lo alegró y hacia allí dirigió sus pasos. En los alrededores no había rastro de quién había encendido la fogata, pero llamas de más de 3 metros de altura indicaban que alguien le había echado leña hace poco.
    Luis se acercó al fuego y se calentó un poco. Era un niño escuálido y estaba acostumbrado al frío. Su padre tenía la casa fría como un refrigerador porque, según decía, no tenían dinero para pagar cuentas abultadas. Eso sí, para apostar todos los días a las peleas de perros el dinero era más que suficiente.
    “Nunca más volveré…” murmuró Luis. “Antes prefiero morir. ¡Prefiero morir!”
    “No es bueno que hables solo”, dijo una voz desde el otro lado de la fogata. “La gente va a pensar que estás loco, te encerrarán ¡y tirarán la llave!”.
    Luis espió entre las llamas, pero eran muy densas como para permitirle ver al hombre que le hablaba, así que comenzó a caminar en torno al fuego. El hombre estaba sentado en el suelo, apoyándose contra una gran pila de maderas que usaba como leña para el fogón. Pero evidentemente este hombre no era quien las había juntado, ya que no tenía brazos. Ni siquiera tenía muñones.
    “¿Qué miras?”
    “Sus… brazos…”
    “¡Acaso no ves que no tengo ninguno, muchachito!”, contestó el hombre.
    “Sí, eso veo”.
    “No puedes ver algo que no tengo”. Pero cuando vio la mirada nerviosa de Luis, el hombre comenzó a reír. “Te estoy tomando el pelo, pequeño renacuajo. Ven, siéntate. No te voy a ahorcar. De última, lo único que puedo hacer es matarte a pisotones”. Carcajadas resonaron nuevamente de la garganta del hombre. “Mentira, estoy bromeando, tampoco te voy hacer eso. Vamos, siéntate. Me llamo Nefer, el fabricante de ataúdes. ¿Quién diablos eres tú?
    “Me llamo Luis”.
    “Un placer conocerte, Luis. ¿Adónde vives?”
    “¿Por qué pregunta?”
    “Porque estoy planeando ir allí y asesinar a toda tu familia, ¿qué te parece? No, niño, sólo estoy tratando de hablar de algo.
    “Vivo en el vecindario”.
    “Eso significa que estás muy lejos de tu casa”.
    “Ningún lugar es demasiado lejos de mi casa para mí”.
    “Sé cómo te sientes. ¿Quién necesita de gente como esa? Por lo pronto, aquí yo tengo toda la compañía que necesito. No es demasiada, pero me basta”.
    “Yo no veo a nadie”.
    “Griegat”, dijo Nefer. “Muéstrate”.
    Luis percibió un movimiento en las sombras detrás del hombre manco y una figura fue materializándose en la oscuridad: su cabeza era bestial, sus manos, enormes y, sin duda, capaces de matar.
    “¿Q… q… quién es éste?”
    “Mi viejo amigo. Mi criatura. Griegat”.
    “¿A qué se refiere con su ´criatura`?”
    “Él… me… creó”, dijo el hombre-bestia.
    “¿Lo creó? ¿Cómo?”
    Griegat disintió con su gigantesca cabeza.
    Nefer no podía ver a su compañero pero sabía lo que estaba haciendo. “No te va a poder decir cómo fue creado, sencillamente porque él no estaba ahí en ese momento. Pero yo te lo puedo decir”.
    “Griegat, pon más leña al fuego”.
    La criatura arrastró su pesado cuerpo hasta la pila de leña, levantó varios pedazos enormes de madera, los puso sobre sus hombros, los llevó hasta la fogata y los tiró a las llamas. Fue una prodigiosa demostración de fuerza.
    “¿Adónde lo encontró?”, preguntó Luis con curiosidad.
    “No lo encontré”, contestó el manco. “Ya te dije: lo creé”.
    “¿Cómo que lo creó? No comprendo”.
    “Es un golem, muchacho”.
    Luis miró al hombre sin realmente mirarlo.
    “¿Acaso no sabes lo que es un golem?”
    “No, no lo sé”.
    “Es una criatura creada de la tierra mediante el poder de la magia. Lo di forma a partir de las mismísimas cenizas que pisas, lo mezclé con mi propia sangre y algunos escupitajos, y luego escribí el nombre de Jehová encima de él para infundirle vida espiritual. Ahora es mi fiel sirviente, ¿no es cierto, Griegat?”
    “Sí, mi amo”.
    “No lo tengo que alimentar, y ni siquiera tengo que privarme de él para que duerma”.
    “¿Qué, acaso no duerme?”
    “No, vive día y noche para servirme. Y así lo hará hasta que su fuerza vital lo abandone”.
    “Haré otro”.
    Luis se rió. “¡Que clase de chiste es este!”, dijo. “¡Usted ni siquiera tiene brazos! ¿Cómo podría hacer semejante cosa?”
    “Te sorprendería saberlo”, dijo, mientras levantaba sus pies hasta la altura de la cara y se cortaba las uñas de uno con el cuchillo que sostenía en el otro. Fue una demostración admirable.
    “Créeme, él es el fruto de mi trabajo”, dijo el hombre. “Cada milímetro de él. Me llevó mucho tiempo y sudor, pero valió la pena. Mi vida sin él sería inconmensurablemente más difícil”.
    “¿Me podría enseñar?”, dijo Luis. “Enseñarme a hacer un golem para mí”.
    Nefer lo miró con una sonrisa entre los labios. “¿Qué otro motivo te trae aquí?”, respondió el manco. “El destino te trajo para que pudieras aprender de mi”.
    Las clases para hacer golems duraron casi tres semanas. Día tras día, Luis iba desde el vecindario hasta las calderas. Día tras día, el manco le revelaba sus secretos. Palabras, señales, ceremonias. Huelga a decir que las constantes escapadas de Luis de su hogar y el estado roñoso que traía no pasaron desapercibidos. A las preguntas que su padre le hacía, Luis las contestaba encogiéndose de hombros. La respuesta de su padre siempre era la misma: una terrible paliza. Pero la violencia de su progenitor no fue suficiente para disuadirlo. Siguió visitando a Nefer y aprendió todas las lecciones como un buen alumno, hasta que finalmente un día el manco le dijo: “Luis, mañana será tu último día”.
    “¿Significa ya que estaré preparado?”
    “Exactamente”.
    Cuando al día siguiente fue al pequeño campamento de Nefer, se dio cuenta de que el manco se había ido y con él también había partido Griegat. La olla renegrida donde Griegat preparaba guiso de ratas ya no estaba, ni tampoco la inmunda cama donde dormía Nefer. Lo único que había quedado era las cenizas de la enorme fogata que había atraído a Luis hacia este lugar. En las cenizas se podían ver una sola palabra, supuestamente escrita con el pie de Nefer.
    COMIENZA
    Y así fue. Lo primero que hizo Luis fue realizar la ceremonia de santificación que Nefer le había enseñado. Luego, encontró una vieja lata que el manco había dejado entre otras porquerías y fue a las calderas a buscar agua de lluvia para mezclarla con las cenizas. Vació su vejiga en la lata para que el golem tuviera algo de él, y también escupió y agregó su propio sudor al preparado.
    Hacer una figura de barro del tamaño de un hombre adulto resultó ser una tarea sumamente ardua, pero Luis estuvo a la altura de las circunstancias.
    Trabajó durante el calor del día y el frío de la noche. Luego, encendió una fogata junto al lugar donde yacía el golem y continuó trabajando a la luz de las llamas. El calor del fuego comenzó a secar la criatura mientras Luis trabajaba. Un vapor ácido que ardía en los ojos de Luis comenzó a emanar de la cosa. Luis dejó que sus lágrimas cayeran en la mezcla, para que se unieran a la saliva y al sudor que ya estaban incorporados.
    Por último, comenzó a recitar las palabras de la vida que Nefer, el manco, le había enseñado y, a medida que lo hacía, escribía el nombre del creador en la frente de la criatura. Cuando estaba inmerso en esta tarea, tuvo el primer indicio de que el trabajo traería sus frutos: las letras del nombre del creador se hundieron en la carne de la criatura y desaparecieron de su vista.
    Una vez que hubo pronunciado las palabras y escrito las letras, se sentó en el suelo y se dejó dominar por el cansancio. Sus ojos se cerraron y, por lo que pareció tan sólo un momento, cayó en un profundo sueño. Cuando despertó, no obstante, sabía que debía haber pasado una hora o más. El fuego se había consumido bastante y el cielo nocturno escondía sus estrellas en un inmenso abismo negro.
    Luego, volteó su mirada para admirar al golem, ¡pero se había ido! Se puso de pie de inmediato. Su corazón latía temeroso. ¿Adónde se había metido?
    Miró en derredor, con cierto temor a que la criatura se lanzara sobre él en las tinieblas, y lo vio parado a unos 20 metros de donde él estaba, mirando hacia su pobre vecindario. ¿Le habría leído la mente mientras dormía? ¿Sabría lo que su amo quería que haga?
    “Hacia allí nos dirigimos”, le dijo al golem. “Allí vive mi familia y los quiero matar a todos”.
    “¿Matarlos?”, preguntó el golem, con una voz áspera como una lija.
    “Así es. Quiero ver a todos y cada uno de ellos muertos. ¿Me entiendes?”
    “Sí. Quiere ver a toda su familia muerta”.
    “¿Lo harás?”
    “Usted es mi creador. Yo hago todo lo que mi amo me ordena”.
    Ni bien terminó de pronunciar esas palabras, partieron. Atrás dejaron lo que quedaba del fogón y se dirigieron por el mugroso camino que los llevaría a las afueras de la ciudad. Cuando llegaron al apartamento, la oscuridad de la noche sin luna era total.
    El golem volteó la puerta de la vivienda y, sin esperar ninguna otra orden de su amo, fue de cuarto en cuarto asesinando a todos. Su eficacia fue aterradora: en pocos minutos la tarea casi estaba terminada. Los padres de Luis habían sido los primeros en morir estrangulados cuando se levantaban de la cama. Sus hermanos fueron los siguientes. Si bien la matanza de ellos había sido rápida y misericordiosa, no por ello fue menos sangrienta… espeluznantemente sangrienta.
    El deseo de Luis por fin se había concretado. No sintió nada. No sintió satisfacción, ni repulsión.
    “Larguémonos de aquí”, dijo.
    “Primero usted”, le dijo el golem.
    Por un momento, Luis pensó que el golem lo hacía pasar primero por cortesía, pero luego, esas gigantescas manos que él mismo había moldeado hasta el mínimo detalle de cada dedo, se acercaron y le apresaron la cabeza.
    “¿Qué estás haciendo?”, le gritó Luis.
    “Usted también es parte de la familia”, le dijo el golem y, antes de que su amo pudiera contradecirlo, el cráneo de Luis se partió como una cáscara de huevo. Sangre, pensamientos y fragmentos de materia gris chorreaban por las manos y brazos del golem.
    Fue casi por casualidad que unas noches más tarde Tomás Réquiem encontró la criatura vagando por las calles de esa ciudad. En su brutal forma y ensangrentada piel vio la manufactura de un monstruo rentable.
    Lo llamó bajo la simple excusa de que le gustaba su nombre: Elijah. A pesar de que Tomás era gentil con la criatura (por alguna razón, más de lo que eran casi todos), el golem nunca sería dócil. Había matado a su propio creador siguiendo las instrucciones que él mismo le había dado (como muchos dicen que el hombre hizo con Dios) y ahora era un bruto para siempre, hambriento y sanguinario. Sólo en raras ocasiones, cuando el desfile estaba de viaje y las fogatas de la noche anterior se iban apagando y dejando cenizas en su agonía, el golem mostraba indicios de algún sentimiento profundo.
    Miraba a las cenizas desvanecerse y revolotear en el viento y, mientras lo hacía, emitía un melancólico gemido, como deseando poder él desvanecerse y ser arrastrado por el viento con tanta facilidad.




    II


    El Sabbaticus


    En los desiertos de Thyle hay una ciudad que se llama Karantica. En ella, la que alguna vez fuera una metrópolis poderosa, ahora no vive una mísera alma. Las iguanas disfrutan del sol en las plazas castigadas por sus rayos, sin temor a cruzarse con algún hombre. Los perros salvajes se pelean, sangran y mueren en las casonas de la ciudad, donde en tiempos lejanos habitaban la música, la belleza y el hablar sabio de grandes filósofos.
    ¿Qué le sucedió a Karantica? ¿Qué calamidad la hizo sucumbir? ¿Alguna terrible plaga, tal vez? ¿Una guerra civil que enfrentó a grandes familias y acabo con sus habitantes?
    Algunos historiadores creen que ambas explicaciones pueden ser ciertas, pero hay otra versión que vale la pena conocer, que hasta ahora nunca había sido registrada y existía sólo como un rumor, un chisme de pueblo.
    Permíteme primero explicar que, en su época de máxima gloria, Karantica era una ciudad gobernada por sacerdotes y potentados. Su pueblo estaba sometido por la religión, no por el imperio de la ley civil. Las leyes de los Dioses de Karantica eran sin duda crueles; los castigos enviados a través de sus representantes en la clase sacerdotal eran siempre atroces. Por delitos insignificantes se condenaba al culpable a la castración o extirpación de ojos.
    Cuando se trataba de mujeres condenadas a muerte, la noche anterior a su ejecución eran trasladadas al templo, donde, según los relatos de los célibes sacerdotes, los Dioses mandaban monstruosas criaturas para que las violen y les arranquen la carne en vida. Ni siquiera los niños estaban a salvo de las condenas impartidas por las deidades de Karantica: a menudo, y por delitos intrascendentes, los pequeños eran cocidos vivos en la panza de dragones de hierro. Pero no todos estaban contentos con la crueldad de los Dioses. Más bien todo lo contrario.
    Cuando un tal juez Phio abrió su tribunal popular en las sucias calles de Myassa, la zona más pobre de Karantica, encontró a más de uno dispuesto a escuchar su Nueva Teoría de la Ley. “La justicia no debe ser cruel”, les dijo. Una sociedad civilizada (¿y qué ciudad de Bajotierra podía jactarse de ser más culta que Karantica?) no cuece la carne de un niño vivo por el “delito” de robar un pescado de las fuentes del Gran Templo. La ley, para que sea respetada, debe tener un equilibrio entre el rigor y la compasión. Phio dijo que había una forma mejor de ser justo. Una forma humana.
    Los habitantes de Karantica no eran imbéciles y entendían perfectamente la lógica detrás de su discurso. Pronto, se esparcieron los rumores de su poco común amor por el más común de los sentidos. En vez de llevar sus disputas a los sacerdotes, la gente comenzó a presentarlas ante Phio para que las juzgue. La cantidad de trabajo aumentó tan rápidamente que en pocas semanas su pequeño tribunal estaba totalmente sobrecargado. A menudo estaba desde las 6 de la mañana hasta la medianoche administrando su particular forma de lo que él había dado en llamar la “ley honesta”.
    Es de imaginar que su presencia no pasó para nada desapercibida. Los sacerdotes tenían espías en cada rincón de la ciudad y pronto les llegó el rumor de este hombre y su visión herética de la justicia. Ellos, dirigidos por el más sanguinario de los castigadores, Thamut-ul-mire, se reunieron en un cónclave secreto para determinar que harían en pos de acabar con este problema. Todos coincidieron en que sería sólo una cuestión de tiempo hasta que las herejías de este tal Juez Phio se propagaran y sus tribunales comenzaran a proliferar. La respuesta es muy simple, dijo uno de los más ancianos sacerdotes: hay que acusar a Phio de tomar las leyes de los Dioses en sus propias manos, lo cual era indudablemente lo que estaba haciendo, y luego pedirle a Thamut-ul-mire que planifique una muerte pública para el juez que sea tan horrible y memorable que nunca nadie osará intentar algo parecido.
    “No dará resultado”, dijo Thamut-ul-mire tímidamente. “Si hacemos eso, lo convertiremos en un mártir”.
    “¿Entonces qué es lo que usted sugiere?”, preguntó uno de los ancianos.
    “Que castiguemos al pueblo por escucharlo”, contestó Thamut-ul-mire.
    “¿Qué castiguemos al pueblo? ¿A todo el pueblo?” “Sí”.
    El anciano sonrió. “¿Y cómo sugiere usted que hagamos eso? ¿Le decimos a la mitad del pueblo que azote a la otra mitad y luego azotamos a los azotadores?
    “No, no me refiero a algo tan burdo”, contestó Thamut-ul-mire.
    “Usaremos el miedo para hacer que vuelvan a nosotros”.
    “¿Miedo a los Dioses?”
    Thamut-ul-mire lo negó con la cabeza. “Todo lo contrario: temor a aquello que no son los Dioses”, contestó.
    Tres noches más tarde, apenas había oscurecido, tres niños (dos hermanos y su pequeña hermanita) que jugaban en un huerto cercano al límite de la ciudad fueron asesinados bajo unos árboles. Pero no sólo los mataron. También los descuartizaron y destriparon, les sacaron el cerebro y se lo comieron, y les arrancaron vísceras y las dejaron tiradas por todas partes. Qué clase de persona sería capaz de algo semejante, se preguntaba la gente. Los horrendos hechos superaban toda comprensión.
    Dos noches más tarde, otros siete niños fueron asesinados (esta vez de distintas familias) en las calles de un distrito de clase alta donde vivían los comerciantes y sus familias. Sus muertes habían sido idénticas a las de los tres niños sacrificados en el huerto. El mismo brutal despedazamiento de los cuerpos, la misma remoción de sus cerebros, el mismo esparcimiento de vísceras por el suelo. Esta vez, no obstante, el despreciable asesino fue visto mientras huía arrastrándose de la escena de sus depravaciones. No era humano ni remotamente. Era un reptil bestial que aparentemente había entrado en la ciudad desde el desierto.
    A este tipo de criatura, los ciudadanos de Karantica la conocían por el nombre de “Sabbaticus”. Rumores de su presencia pronto inundaron la ciudad. Éste no era un carroñero como cualquier otro, era una bestia de los Testamentos de Jidadia, el gran libro religioso al que recurrían los sacerdotes en busca asesoramiento sobre como juzgar a algún villano de turno. El alimento del monstruo eran los pensamientos de los niños y la desesperación de sus padres.
    “Esto es lo que hemos logrado”, gritó Thamut-ul-mire desde el púlpito al día siguiente. “Por seguir leyes ajenas a las que los sacerdotes les mostramos, es decir, las leyes de los Dioses, ustedes han invitado a merodear por las que alguna vez fueran calles seguras a esta abominable bestia del desierto”.
    La congregación de miles de personas cayó de rodillas. Algunos de los fieles comenzaron a gritar “¡Sálvenos! ¡Sálvenos!”, mientras que otros simplemente dejaban oír un apagado sollozo, cuyo eco rebotaba en la cúpula del Gran Templo.
    “¡No soy yo quien puede salvarlos de sus propios pecados!”, replicó Thamut-ul-mire. “¡Sólo ustedes pueden hacerlo!”.
    “¡Díganos cómo!”
    “Hay un hombre en esta ciudad que ha puesto sus propias leyes por encima de las de los Dioses. Si ustedes le dieran la espalda a él, esta criatura, este Sabbaticus, tal vez se vaya de Karantica y vuelva al desierto de donde ustedes lo convocaron con vuestro comportamiento corrupto”.
    Toda la multitud congregada se puso de pie como si fueran un solo hombre, al tiempo que sus sollozos se convertían en gritos de venganza y salieron por la ciudad en busca de armas. La multitud crecía a medida que se difundía lo que se había dicho en el Templo. En su juzgado provisional de Myassa, el Juez Phio escuchó el clamor de la turba a medida que se acercaba. Esto no lo tomó por sorpresa, ya que sus seguidores se lo habían advertido. Él sabía lo que sucedería cuando la multitud derribara la puerta y lo sacaran a rastras. Si hubiera tenido suerte y actuado con rapidez, podría haber escapado. ¿Pero adónde hubiera ido? Karantica era la ciudad que lo vio nacer y crecer. Con toda su alma la amaba y amaba a sus manipulados habitantes, lo cual no significaba que estaba feliz de encontrar su muerte en ese momento, por lo menos no con tanto trabajo por hacer. Pero él estaba preparado para enfrentar las consecuencias de sus actos.
    La muerte del Juez Phio no fue rápida. Los habitantes de Karantica habían adquirido gran experiencia en el arte de apedrear a gente para que sufra una muerte lenta. Con su toga toda ensangrentada, parte de la cara partida y sin su ojo izquierdo, Phio sufrió durante dos horas y siete minutos al rayo del sol. Moscas y abejorros revoloteaban alrededor de él de a miles y se iban posando en su despedazado rostro hasta que lo cubrieron por completo. Finalmente, cayó de rodillas y, minutos después, de bruces al suelo. Un curioso silencio y quietud se apoderó del lugar, hasta que un niño de no más de 5 o 6 años de edad se adelantó a la muchedumbre y procedió a pisotear alegremente la cabeza de Phio. El resto de la congregación, muchos de los cuales estaban hoy vivos gracias a la compasión de aquel hombre que yacía a sus pies, se unieron en el fragor del festejo.
    Cuando todo terminó, en el momento en que el juez dejó escapar el último suspiro de su cuerpo aplastado, la gente no sintió pena por haber matado a su salvador. Después de todo, ¿acaso no fue él quien trajo al Sabbaticus del desierto? Bien merecida tenía su muerte.
    Los espías de los sacerdotes volvieron rápidamente al Gran Templo con noticias frescas de lo sucedido. Allí, recibieron su paga y se marcharon.
    “Muy bien”, dijo el Anciano. “Ya terminó todo. No más subterfugios ni excusas”.
    “¿Qué haremos con los hombres que mataron a los niños?”
    “Enterrarlos vivos en el desierto… eso haremos”, respondió Thamuit-ul-mire. “Me ocuparé de que así sea y le pediré a los sacerdotes que me ayuden. A partir de este momento, basta de asesinos a sueldo”.
    Todos estuvieron de acuerdo. Esa noche, los dos profesionales que habían sido contratados para asesinar a los niños y, con la ayuda de algunos efectos especiales, proyectar sombras de la bestia en paredes de aquí y allá, dejar huellas con la sangre de los niños muertos, etc., fueron secuestrados de sus casuchas, trasladados por el río y llevados ocultos bajo el amparo de la oscuridad nocturna a los ventosos páramos que rodeaban a Karantica. Allí, les dieron palas y les exigieron que cavaran un solo pozo los suficientemente grande como para que quepan dos cadáveres. Los hombres sabían que estaban cavando sus propias tumbas, pero tenían demasiado miedo a cómo podría influir Thamut-ul-mire en sus vidas después de la muerte como para contradecir sus instrucciones. Igual de indefensos que los niños que perdieron la vida en sus manos, ellos hicieron lo que les ordenaron: cavaron sus tumbas y se metieron juntos en el pozo. Los sacerdotes lanzaron también al pozo toda la parafernalia de sus engaños: las marionetas que habían proyectado las sombras del Sabbaticus en las paredes y los bloques de madera tallada que habían usado para crear las huellas ensangrentadas.
    Por último, siguiendo las instrucciones de Thamut-ul-mire, los sacerdotes procedieron a enterrar a los hombres. Recién en ese momento, cuando la tierra comenzó a golpearles la cara, los asesinos comenzaron a hacer oír su terror llorando y suplicando piedad. Todos hicieron oídos sordos, como era de esperar, y, pasado un rato, el abrumador peso de la tierra los asfixió y silenció para siempre.
    “Volvamos al Templo”, dijo Thamut-ul-mire. “Este viento me hace doler las muelas”.
    Ni bien había dicho eso, un viento sopló más fuerte de lo común y apagó las antorchas de los sacerdotes. En la repentina oscuridad, el sacerdote escuchó el ruido de algo que se movía cerca, y un olor nauseabundo les invadió las narices.
    “¿Y eso qué es?” dijo uno de los hombres, con una voz que evidenciaba inquietud.
    “Por los ruidos que hace, debe ser algún animal”, contestó Thamut-ul-mire. “Seguro que vino en busca de carroña”.
    “¿Qué tipo de animal?”, preguntó un sacerdote.
    “¿Y eso que importancia tiene?”, dijo otro. “Larguémonos de aquí”.
    El ciclo terrible de muertes comenzó esa misma noche con las muertes de 13 niños. 19 murieron la noche siguiente y otros 36 un día más tarde. Las escenas grotescas que los amaneceres subsiguientes mostraban despejaron las dudas que todos los habitantes tenían sobre la identidad del responsable: el Sabbaticus no se había conformado con tan solo la muerte del juez Phio.
    La congregación se hizo presente en las puertas del Gran Templo para exigir respuestas a sus sacerdotes. ¿Por qué, si habían castigado a Phio por sus delitos, el Sabbaticus había redoblado la guerra contra los inocentes de Karantica? Sangre, sangre y más sangre: eso era lo único que la bestia quería.
    Encerrados en las penumbras del Templo, los sacerdotes debatían cómo podían hacer para responder a esa pregunta sin desvelar la verdad del asunto, que para ellos era más que evidente: el viento había llevado la noticia de sus engaños al desierto, y el Sabbaticus había venido a ver qué crímenes se estaban cometiendo en su nombre y a probar que él podía ser peor aún. Es más, hasta podía asesinar sacerdotes.
    De hecho, esa misma noche emergió de los túneles que pasan por debajo del Templo y violó las legendarias leyes de su propia naturaleza: asesinó a hombres grandes en vez de niños. En vez de comerse sus cerebros, se devoró aquello que los hace hombres y diferencia de las mujeres.
    Cuando las puertas del Gran Templo finalmente se abrieron y la masacre que allí se había perpetrado quedó revelada (1.102 sacerdotes salvajemente asesinados), se inició el gran éxodo de la ciudad.
    No quedó nadie, ni un alma.
    ¿Para qué habrían de quedarse? Por más hermosa que era la ciudad de Karantica, por más elegantes que eran sus palacios, por más exquisitas, sus plazas y bulevares, era una ciudad maldita. Ni los niños ni los sacerdotes estaban a salvo en ella.
    La gente comenzó a decir que el desierto era mejor que Karantica, y los dichos se esparcieron y jamás fueron olvidados, incluso luego de que el Sabbaticus partiera y fuera domado por Tomás Réquiem para, con el tiempo, formar parte del gran espectáculo del Desfile Infernal.


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    Mensaje por Subakai Mar Abr 16, 2013 11:00 am

    De él sólo he leido Libros sangrientos 1 y 2, de los cuales me gustaron solo 2 o 3 relatos, y El Gran espectáculo secreto. Éste último me pareció bastante bueno, excepto por el hecho de que le sobraban demasiadas páginas y un buen cacho de historia.

    Mañana me leo lo que pusiste, ahora voy pa camita
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    Mensaje por Ray Mar Abr 16, 2013 11:02 am

    Para los que disfrutaron de su lectura retorcida y macabra, paso a recomendarles la que considero la obra maestra de Barker (uno de mis escritores favoritos), que se llama: Libros de Sangre.
    "Libros de Sangre" es una colección de relatos repartida en 4 libros o volúmenes (que igualmente pueden leerse de forma independiente) que la editorial La factoría de ideas sacó hace años.

    Les dejo solo la sinopsis del primer volumen.

    Clive Barker 168hkt1

    Los relatos reunidos en este volumen han conmocionado a los lectores más veteranos de libros de terror, porque no repiten ninguno de los tópicos del género y cada historia abre las compuertas a una forma inédita de espanto, como la del viaje bajo las calles de Nueva York en el Tren de la Carne de Medianoche; la necesidad de la muerte de ser satisfecha periódicamente; una batalla tradicional entre dos remotos pueblos de Yugoslavia que de repente se vuelve inesperadamente destructiva, y un largo etcétera más.

    Los Libros de Sangre son un compendio de oscuras visiones que se introducen en los sueños que se deslizan en secreto por nuestro subconsciente, aguardando para salir a la luz. Capaz de adentrarse tanto en lo inimaginable como en lo indescriptible, Clive Barker revive nuestras pesadillas más profundas y siniestras, creando imágenes a la vez estremecedoras, conmovedoras y terroríficas.

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    Mensaje por Abraxas Mar Abr 16, 2013 11:42 am

    Lei los libros sangrientos y son muy buenos. Este autor es el creador de Hellraiser (para aquellos que no lo conozcan mucho).

    Después de leer con grandes expectativas Imajica, lo mandé al tacho de la basura, no me gustan los autores que mezclan su orientación sexual con los libros.

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    Mensaje por Ray Mar Abr 16, 2013 11:57 am

    Te refieres a cosas como ésta?:
    "Se rieron juntos, después se besaron y saborearon la mezcla de saliva y semen salado que habían creado entre los dos".
    (Extraido del relato En las colinas, las ciudades)

    Bueno, para ser precisos, pocas son las relaciones homosexuales que desarrolla en sus historias, por no decir casi ninguna, la inmensa mayoría son todas heteros.
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    Mensaje por Abraxas Mar Abr 16, 2013 12:36 pm

    Ray escribió:Te refieres a cosas como ésta?:
    "Se rieron juntos, después se besaron y saborearon la mezcla de saliva y semen salado que habían creado entre los dos".
    (Extraido del relato En las colinas, las ciudades)

    Bueno, para ser precisos, pocas son las relaciones homosexuales que desarrolla en sus historias, por no decir casi ninguna, la inmensa mayoría son todas heteros.

    A decir verdad, Imajica es una novela de fantasía tan buena, que esa parte del argumento, absolutamente irrelevante, se convierte en la parte que ensucia el resultado final. Eso me molestó.

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    Mensaje por Ray Mar Abr 16, 2013 5:21 pm

    No he tenido el gusto de leer ese libro. Y no por nada, el que me guste como escritor no significa que todos sus libros vayan a ser buenos; de hecho me consta que algunas de sus historas son una puta mierda.
    Imajica creo que es de su parte menos conocida, para mí de hecho es un misterio.
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    Mensaje por Ray Miér Abr 17, 2013 5:56 pm

    Pero es que nadie va a leer esto que subí?
    Léanlo pandilla de gandules, solo les robará 5 minutos!!
    En fin, como hablar con la pared. Clive Barker 1088436620 Como yo digo, demasiados temas, posts, concursos, actividades e historias varias para tan poca gente.
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    Mensaje por Eni Miér Abr 17, 2013 8:49 pm

    Pandilla de gandules!!!! Clive Barker 3135391634

    Calmaos!! Jajajajaj, todavía me estoy riendo!

    Okokok, ejemmmmm............ok, ya me estoy tranquilizando.......


    Ahora si......he leido ambos relatos y me han gustado mucho, pero el primero es el que más me ha gustado. Nunca había leido nada de él, y de momento, estoy en la lectura de una saga q me ha estado esperando como por un año, pero, creo q una vez termine mi actual proyectito, me lanzo a ver si consigo más de Barker. Ray, si quieres, puedes nombrar una pequeña lista de títulos que recomiendes........o sea, por internet puedo ver la lista de todo lo que ha escrito, pero, lo que quiero es una de lo que recomiendes TU. Vale? Gracias gandulero Clive Barker 3135391634
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    Mensaje por Ray Miér Abr 17, 2013 9:37 pm

    Loka, hacía tanto que no te veía postear... puede que por eso mi sorpresa haya sido doble. Eres la mejor, lo sabes no?
    Pues no sé qué recomendarte, básicamente lo que ya dije antes. Unos libros de cuentos suyos llamados "Libros de sangre", son bastante originales y, aunque no todos los relatos están a la misma altura, algunos son simplemente geniales.
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    Mensaje por Eni Dom Abr 21, 2013 2:43 pm

    Guau, soy de las consentidas de Ray jijiji Clive Barker 2774359083

    Oyeeeee, no llevo tanto tiempo sin postear, por ahi he estado en otros hilos también.....será que no me he dejado sentir mucho......bueh, aquí seguimos ganduleando Clive Barker 3135391634

    Cuando termine los libritos en los que ando, me aventuro con Barker, a ver hasta donde llegamos. Voy a seguir tus recomendaciones y ver que títulos encuentro en la red.
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    Mensaje por Abraxas Mar Oct 22, 2013 1:26 pm

    ¿Todavía no lees Imajica?

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    Mensaje por Ray Mar Oct 22, 2013 6:30 pm

    Son tantas cosas las que quiero leer...

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