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Puerto de eternautas


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    La pared

    kurono
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    Mensaje por kurono Mar Sep 18, 2012 2:53 am

    Llevo tanto tiempo sin participar activamente que me ha costado encontrar el botón de "Nuevo tema"... en fin...

    He aquí un texto al que he dedicado los últimos 10 días (concepción incluida).

    Me interesa saber sobre todo si es lo bastante explícito o cojea de algún sitio.



    Aun cuando la inteligencia y la fuerza habían desaparecido,
    la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón del hombre.
    H. G. Wells, “La máquina del tiempo”
    Al fin, una pared blanca. No lo habría aceptado de otra forma, como no lo hice entonces. Limpia, inmaculada, imprescindible para un nuevo comienzo. Ni una marca de estantes ni pinturas ni papel ni más ornamento que el frío regalo del hoy.

    Ni pasado ni futuro: sólo presente.

    Doy la espalda al presente. Apenas un camastro y un escritorio donde dar rienda suelta a mi locura. Suficiente. Atendiendo a mi petición, no hay un solo libro, ni juegos de alquimia con que fantasear.

    Me tumbo sobre las duras sábanas. No debe de quedar lejos el almuerzo, no debo dormirme. Y aún así, sueño, recuerdo. La luz eléctrica del techo se convierte en el agresivo sol bajo el que la vi por vez primera, y la palidez que la rodea se va tiñendo del paradisiaco azul que lo acompañaba. Casi puedo sentir la arena en mi espada, estropeando mis ropas y ensuciando mi cabello.

    ¿Quién, en esta era, puede disfrutar de una visión así? ¿Y quién estaría dispuesto a pagar el precio?

    Me doy la vuelta, esperando que los finos granos invadan mis fosas nasales. En lugar de eso, me encuentro con su olor y su cuerpo y sus movimientos y sus gemidos. Me abrazo a ella como se abraza un marinero a un mástil, y me devuelve una mirada de sorpresa y de añoranza.

    Pero ahora, mirado con el difuso catalejo del recuerdo, puedo ver que no sólo me mira a mí, sino que evita mirar todo lo demás. Y comprendo, y me niego a comprender, que tarde o temprano yo volveré a tierra firme; y ella se perderá en alta mar.

    Me despierta el sofocante ahogo de la almohada: me he quedado dormido.

    ¿Qué hora debe de ser? No importa, no tengo apetito.

    Así que sigo recordando. La veo a mi lado, en otra cama, en otra época. Nuestro primer hogar. Los ornamentos la agobian, así que vivimos austeramente. Tan sólo dos o tres salas, expuestas a las visitas, mantienen el testimonio de una vida acomodada.

    Se agita en sueños. Mis propios hombros tiemblan al rememorar la naturaleza de su sufrimiento. Le acaricio el pelo conciliador, paternal, pero no tiene efecto. Una ve más, paciente, me levanto en busca de algún medicamento.

    Dedico no encender ninguna luz, acaso una sombra la espante. La tenue iluminación de llega de las quietas calles convierte el vacío corredor en una siniestra gruta. ¡Tantos esfuerzos por alejarla de aquello, y tan en vano!

    Encuentro los comprimidos, y lleno un vaso de agua casi sin derramar, gracias a la práctica.

    Me encamino de nuevo al lecho, cuando me parece apreciar un movimiento. Aferrando el vaso con fuerza, oculto la pastilla en el traje de noche y tanteo la pared en busca de un arma preventiva. Mascullo una maldición.

    La curiosidad vence al vértigo y me acerco al origen de mi desconcierto.

    Oigo el cristal estrellarse contra el suelo. Siento el líquido empapar mis pies descalzos.


    El taladro en mi cabeza poco a poco va rindiéndose al alimento y al sedante que recorre mis venas.

    El doctor ondea su bata en son de paz y me saluda con voz tranquilizadora. Me pregunta si estoy bien. Yo asiento torpemente y, contemplando el plato vacío, me pregunto por azar qué acabo de devorar.

    - ¡Vaya susto nos ha dado! –intenta ganarse mi confianza, aunque no lo necesita. Es un hombre menudo pero fornido. Conserva más pelo que el que se asociaría a un hombre de su edad, supongo que arrebatado del vello facial, al que ha renunciado por completo. Sin la bata blanca, podría ejercer cualquier otra profesión. Pero hay algo en su forma de mirar que irradia experiencia y seguridad, y eso me gusta.

    El buen doctor me relata la cadena de acontecimientos que mi aturdida mente no es capaz de atar en este momento. La falta de alimento, la pesadilla, las convulsiones. Por un momento han pensado en un intento de suicidio, me dice, y yo lo desmiento.

    - Ya que estamos todos aquí, ¿qué le parece si lo retomamos donde lo dejamos?

    Ese “todos” incluye a un tercer hombre al fondo de la estancia, con un uniforme ni completamente militar ni completamente de policía. Tiene rostro de bulldog, más marcado desde que el doctor intercediese para liberarme de las esposas.

    El médico aguarda una respuesta. No sé si es tarde o temprano, pero me resisto a dormir de nuevo. Evito contestar con la cabeza, y hago una prueba de verbalización.

    - Como quiera –por fortuna, mi mente no ha sucumbido al narcótico.

    El doctor toma asiento sin más. Quizá sólo preguntaba por cortesía, pero sabe disimular la contrariedad. Revisa sus notas con un aire profesional: recuerda cada palabra que ha escrito sobre mí, pero no me dará un trato distinto al de cualquier otro paciente.

    - Pues bien… ¿qué hay de ese sueño?

    A continuación le relato lo sucedido, con los detalles que me conceden las brumas de las que nuestra consciencia rodea los sueños, para que distingamos vigilia y fantasía, protegiéndonos así de las ideas oscuras y oscuras de nuestro inconsciente.

    También añado algunos retales de mi propia realidad, ya que, como digo, se trata de algo que ha sucedido. El sueño no es más que una tormentosa reminiscencia que expresa mi culpa interior. Así se lo expongo al doctor.

    La mirada del hombre de ciencia hace rato que está ausente, pero me escucha hasta el final.

    - Y despierta sobresaltado al ver las pintadas en la pared del corredor –confirma. Es algo peor que un simple sobresalto, pero no espero que lo entienda. Asiento con la mirada en las rodillas. Mis manos se han convertido en garras alrededor de la pernera del pantalón. Me concentro en el ahora, y consigo que dejen de temblar.

    El doctor me apunta con un cigarrillo. En otro tiempo, lo habría aceptado de buen grado, pero intento alejarme de otros tiempos. Lo rechazo sereno, y el médico disuade con un gesto a un enfermero que prepara una nueva inyección. Ahora me tiende un folio en blanco.

    - ¿Puede reproducirlas?

    - ¿Podría usted reproducir una esvástica? –respondo, intentando que no suene como una amenaza.

    - ¿Una esvástica? –me muerdo la lengua. Época incorrecta.

    - Quiero decir, doctor, que existen padecimientos asociados a algunos símbolos que trascienden lo repulsivo e invitan a negar su misma memoria.

    - ¿Me está hablando de cábalas? ¿de paganismo? –no sé si me molesta más el error o el cinismo tras el que se oculta de lo que desconoce. Por primera vez, empiezo a dudar de mi decisión.

    - Sólo le hablo del miedo primigenio, de las mentiras que cuenta a sus hijos por la noche con el fin de que teman al mañana.

    - ¿A los morloks, tal vez? –me interrumpe, para mi mayor sorpresa. Emana el mismo entusiasmo que si discutiéramos sobre el hombre del saco o la teoría geocéntrica. Después prosigue, agitando sus hojas de apuntes-. Sí, señor, recuerdo nuestro primer encuentro. Usted llamó a la chica eloi. En el primer momento pensé en una salvaje de algún tipo, alguna pobre criatura rescatada de un oscuro rincón de África. Incluso me decepcionó un poco comprobar que estaba en un error. Ahora cuénteme qué relación tiene con este libro.

    Extrae un objeto de su maletín, y comprendo inevitablemente que me he equivocado de década. En la portada se puede leer “La máquina del tiempo”, por un tal H. G. Wells.

    - Yo soy el protagonista –declaro, áspero, y me apresuro a puntualizar, con trazas de rabia-: al menos, gran parte de él.

    En otras circunstancias, con un público más receptivo, habría descargado mi rencor contra aquel filósofo moralista y su supuesta gran obra.

    Habría embestido sin piedad contra el breve cuento en que había convertido mi aventura; Habría escupido con violencia la lava que quemaba mis entrañas desde la primera vez que leí aquel folletín, con su enfoque exagerado, sensacionalista y errático.

    Pero, como he dicho, no sería sino un discurso vacío que me perdería en las arenas movedizas de la ira.

    Así que, cuando el doctor me pregunta qué quería decir, respondo:

    - Apenas lo que he dicho, que no es lo que quieren saber de mí –enfatizo el plural mirando al guardia que guarda la pared como una gárgola, observando desdeñoso los improductivos métodos del hombre de ciencia.

    Ahora, en cambio, tensa los músculos, esperando (deseando) una insignificante razón para intervenir. Tras su pétrea mandíbula, estoy seguro, comienza a esculpirse una sonrisa. Y puedo ver, entre el espanto y un apócrifo orgullo, una fugaz semilla de lo que está por venir.

    La sala permanece en silencio unos minutos, mientras dejo que el médico se decida a tomar la ruta más directa.

    - Habla de la razón que le llevó a presentarse aquí –dice al fin-: el asesinato de esa chica.

    La palabra escogida por el doctor me hace apartar la mirada de la luz. “Muerte” es la que yo habría empleado, pero no puedo negar que “asesinato” sea igual de correcta. Asiento con un lento movimiento de cabeza.

    - ¿Y deduzco correctamente que tiene que ver con su sueño?

    Un nuevo acierto.

    - Así pues, sigamos hablando de esa… ¿cuál era su nombre?

    - Usted probablemente la conozca como Weena.

    - ¿La chica del libro? –pregunta, tras un rápido vistazo a sus notas. Hojea el final del libro antes de preguntar-: Pero ella…

    - ¿Está muerta? –le ayudo-. Ciertamente, así llegué a creerlo. Tal vez lo estuvo. Pero después, conforme relataba mi propia historia, comprendí por qué desapareció. Yo mismo volví a buscarla, como cuenta el autor al final.

    Mi interlocutor esboza una mueca que pone de manifiesto su falta de interés en mi fantasioso relato. El guardia comienza a trasladar el peso de una pierna a la otra.

    - Había una chica –lo simplifica, perdiendo la paciencia-. Volviendo al sueño. ¿Qué significan para usted las pintadas?

    - Durante dos semanas, me aterrorizaron. Hice todo lo posible por evitar que ella las viera. Incluso llegué a soñar que los morlocks –el doctor resopla- habían encontrado una forma de seguirnos.

    - Pero… -me insta a ir al grano.

    - Pronto las pintadas comenzaron a cambiar. Pasaron a ser rostros. El primero, para mi mayor desvelo, tenía mis facciones. Fue la primera vez que ella los vio, pero me disuadió de ocultarlo, ajena a la angustia que me producían.

    » A este siguieron otros, y el reconocerlos fue la mayor revelación. Se trataba de vecinos, tenderos, gente cercana –arqueo de cejas-. Y comprendí que no había más responsable que ella misma. Consciente o inconscientemente, daba rienda suelta a su creatividad reprimida igual que lo hacían nuestros antepasados, decorando sus moradas con las cosas que conocían.

    Conforme la resolución asoma en mi relato, por fin el brillo asoma en las miradas de mis inquisidores.

    - Así que comprendió que ella no encajaba en este mundo, que debía, digamos, liberarla.

    - No espero que sea capaz de comprender mi impotencia. Yo, que he viajado a todas las épocas, que he visitado la gran biblioteca de Alejandría, que he sido testigo la alquimia medieval, que he contemplado máquinas más inteligentes que el hombre… no tiene cabida en el corazón humano la certeza de no ser capaz de hacer feliz a la mujer que amaba.

    - ¿Qué hizo con ella? –oigo gritar al guardia, mientras mi mente se abstrae del crimen que estoy a punto de confesar.

    - El peor de los crímenes: la devolví a su propio tiempo. A vivir en cuevas, temerosa de la luz del día y de las sombras de la noche. A esperar, como ingenuo ganado, el juicio perdido de los seres que una vez se llamaron hombres.
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    Mensaje por Abraxas Jue Sep 20, 2012 7:35 pm

    Un buen relato, revísalo pues tiene un par de palabras mal escritas. Me gusta. Del romanticismo y la tristeza de la pérdida, a la confesión de indiferencia del que ha visto demasiado.
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    Mensaje por Ato Miér Nov 07, 2012 9:40 am

    vaya, no sabia que existia relato de kurono, jejeje me ha gustado leerlo, aunque me he perdido un poco cuando empiezan los dialogos, pero el relato me gusta.

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