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- Non serviam -
- Non serviam -
Yacía firme y sereno a la vanguardia de un centenar de estatuas que mantenían su rodilla inclinada con la mirada baja clavada en el suelo. Frente a él se alzaba la estructura más perfecta que jamás había sido erigida: un majestuoso trono blanco de mármol rodeado de flores amarillas, rojas y violetas. Éste se encontraba al aire libre, en la cima más alta de aquellos inmensos campos verdes de extensión infinita. Una mariposa de color azul con lunares negros en sus alas revoloteó por aquel edén hasta posarse con suavidad sobre el dedo índice de la dama que permanecía sentada en aquella estructura. Ignorando a quien tenía delante acarició con delicadeza la tersa piel de la mariposa hasta que ésta nuevamente, tomó vuelo.
- - Esas son mis condiciones –sentenció el general con un tono amenazador.
La muchacha no parecía tener más de veinte años de edad. De piel lechosa -blanca como la nieve- y larga cabellera rubia con ondulaciones, poseía un peculiar aura que hacía temblar a todo aquel que se hallase ante su presencia. Sin embargo aquel general no sucumbía de pavor. Valeroso se mantenía imperturbable frente a su emporio.
- - Eres bello como ningún otro… -declaró con un tono de voz dulce y melancólico.
No mentía. Aquel bravo guerrero de alta estatura mostraba buen porte. Era lo contrario a ella. El pelo del aguerrido general era oscuro, al igual que aquellos profundos ojos de tonalidad negruzca que chocaban con los azules de la hermosa dama. Su propia tez parecía bronceada, muy morena en comparación a la suya.
- - Deja de jugar conmigo. Respétame… -la inflexión de su gruñido denotaba enfado-, por primera vez en tu existencia te pido respeto.
La atractiva joven suspiró, dejando caer su espalda contra el trono mientras apoyaba su semblante sobre el anverso de su mano. Parecía cansada o aburrida, difícil de determinar.
- - No acepto tus condiciones –sentenció finalmente-. Dime querido, ¿qué harás ahora?
Aquello no le gustaba. No esperaba esa respuesta; sin embargo, estaba preparado para ella.
- - Continuaré con mi guerra… -musitó dolido.
- ¿Contra mí? ¿Lo dices de verdad? –cuestionaba con bravuconería la joven.
- Por supuesto. Yo… te odio.
- Mientes. Me amas. Me amas como nunca has amada a nadie. Y seguirás haciéndolo por toda la eternidad.
No era ninguna fanfarronería, el general sabía que aquella reina tenía razón. Aun así no podía quedarse de brazos cruzados. Creía en lo que hacía. Sus fieles guerreros, compañeros de armas, habían permanecido siempre junto a él. Quería llevar la bandera de la libertad a aquellas tierras, libre albedrio para todos, y si aquella diosa de mirada añil no lo aceptaba se alzaría contra ella por más que a su corazón le pesase.
- - Entonces enterraré mi amor con la sangre. Espero que algún día puedas comprender y perdonarme…
Descendió su cabeza reverenciando durante un instante la silueta de su emperatriz. Acto seguido, empuñó con su mano izquierda una espada de metro y medio cuyo filo yacía envuelto en llamas. Avanzó sin pisar el suelo, batiendo con presteza sus majestuosas alas emprendiendo vuelo hacia su destino. A medida que avanzaba hacia aquel trono de despotismo la estela de fuego que dejaba su arma la hacía aparentar ser de dimensiones mayores. Realizó un giró de muñeca lanzando de forma trasversal la ardiente llamarada de su espada contra la soberana de cabello dorado. Ésta alzó con tranquilidad y lentitud su mano extendida formando frente a ella una especie de muro invisible contra el que el ataque se desvaneció. A continuación, cerró con fuerza su puño haciendo que el cuerpo del general se retorciera y su armadura quedara completamente destrozada. Sin bajar el brazo –con el puño extendido- se levantó rápidamente de su letargo dando dos pasos al frente.
Realizó el mismo gesto con su mano izquierda desintegrando las armas y armaduras del centenar de guerreros que junto a su general habían combatido durante tanto tiempo.
- - Hoy pongo fin a la guerra de los Mil Años. Vuestra pequeña empresa queda finiquitada y vuestra rebelión sofocada –bramó alzando su voz de modo que lo escuchasen todos en el cielo-. A partir de hoy, tú, Arcángel Lucifer, mi más bello e inteligente sirviente, quedas desterrado del Reino de los Cielos. Tuya sea la libertad que deseas para los hombres. Tuya el libertinaje para tus soldados. ¡A partir de este momento todo lo que os di os es arrebatado!
Aquel ser con cuerpo de mujer extendió ambos brazos echando su cabeza hacia atrás. Las alas del centenar de ángeles que acompañaban a Lucifer ardieron espontáneamente. La tierra de aquel lugar comenzó a temblar. Pronto un oscuro surco con forma espiral apareció en medio de aquel campo y comenzó a succionar en decenas a todos los guerreros excepto al que traía consigo la Luz, quien paralizado yacía tembloroso –ahora sí- ante su creador.
Una vez todos hubieron sido tragados por las tinieblas, Dios se acercó lentamente hacia su preferido.
- - Acabaré contigo. Algún día te haré pagar todo el mal que has causado –susurró Lucero mostrando ira en sus palabras.
- Dime querido, ¿me amas? –preguntaron aquellos bellos ojos azules.
- Más que nada en el mundo. Por eso te destronaré, por tu propio bien, y por el de tu creación.
- Cuán equivocado te hayas mi joven angelito… -le respondió colocando su rostro frente al suyo y acariciando con su mano el semblante del joven.
Le besó. Aquellos labios rojos de aquella deidad de corteza blanquecina se posaron sobre los de su traidor. Aprovechó aquel momento Dios para arrancar de un tirón, con sus propias manos las alas del arcángel.
- - ¡¡ARGHHHHHH!!
El ensordecedor grito del ángel quedó oculto por el estruendo de un rayo. El cielo, lúgubre y oscuro, se tiñó por momentos de un color gris escarlata. Misma tonalidad que el líquido que comenzó a emanar de las alas de aquel general. Dios se apartó de él, soltando sus manos, y mirándolo por última vez lo empujó con una patada haciéndolo caer, condenado, al hoyo el olvido. Vio cómo su cuerpo se perdía en la caída. Durante ésta Lucifer pudo ver la maléfica sonrisa del ser al que tanto había amado y que ahora lo destronaba sólo por cuestionar sus órdenes. Sólo por preguntar, sólo por pensar…
- - Dios, desde las entrañas del infierno, yo te venceré…
Fue lo último que musitó antes de perder el conocimiento en medio de aquella larga caída. Caída que lo transportaría de un lugar perverso y totalitario a uno libre y desocupado en el que permanecería hasta que su tiempo llegara, allí por el fin de la era del hombre.
Última edición por Shaka el Sáb Ene 12, 2013 8:00 am, editado 1 vez